viernes, septiembre 18, 2009

El Changai


Es de madrugada, el frio inclemente del mes de septiembre cala los huesos, me acomodo en el asiento de madera del tren, el que se encuentra helado y duro; lentamente comienzan a llegar los pasajeros, y el carro se va llenando; aunque como de costumbre nunca estará completamente lleno, ya que los estudiantes que vamos desde Victoria a Temuco no alcanzamos a completarlo. Este recién empieza a llenarse en Cajon, después de haberse detenido en Perquenco y Lautaro.

Por la ventanilla, miro el redondo reloj de la estación que marca las 5:45; afuera, la niebla se esparce sobre el andén y lo oscurece; las luces, mortecinas, parecen cansadas de alumbrar y su luz amarillenta da a las personas un aspecto espectral; la gente, escasa a esa horas, entumecidas por el frio característicos de Victoria que los hace empequeñecerse, caminan agachados como embutidos en sus chaquetones. El único que no tiene prisa es el guarda-estación, el que abrigado en su negro chaquetón recorre con indiferencia el andén y mira despreocupado el paso de los escasos pasajeros.

Es el año 1973 y me encuentro sentado en uno de los asientos, de los dos únicos carros que tiene el tren, el que hace su recorrido entre las estaciones de Victoria y Temuco. El tren, dispuesto por las autoridades de la época para uso casi exclusivo de los estudiantes después de varias huelgas y desordenes que hemos protagonizado, hace su recorrido partiendo a las 6 de la mañana desde Victoria y llegando a Temuco a eso de las 8. Y regresa a las 5:30 de la tarde. Al parecer los trenes no tienen prisa ya que en cubrir los escasos 65 kilómetros que separa a las dos ciudades se demoran casi dos horas.

Los estudiantes, debido al pobre aspecto del tren, lo hemos bautizado El Changai. Tiene este tren una locomotora de vapor, vetusta para la época, y dos carros de segunda clase que sobraron de algún tren más importante y que Ferrocarriles del Estado ha dispuesto para nosotros.

Los que viajamos, casi todos nos conocemos, o nos hemos vistos alguna vez, aunque muy pocos son amigos, la mayoría son egresados del liceo de Victoria y estudian en la sede que la Chile tiene en Temuco, van siempre conversando y son bulliciosos. Nosotros los de la UTE, mas pobres y menos numerosos, somos, en gran parte, egresados de la escuela industrial y casi siempre vamos en silencio.

De pronto, lo que temía, emerge un piquete de soldados, son unos siete, los que a su paso hacen retumbar el solitario andén y antes de que el tren parta, se suben a él, Todo el carro se inquieta y en forma perentoria nos ordenan identificarnos. Sabemos que los soldados buscan personas comprometidas con las ideas de izquierda, o partidarios del recién derrocado gobierno de Allende, por lo que todos los que profesamos esas ideas, la mayorías en el carro, temblamos de miedo cuando vemos aparecer una patrulla. Uno a uno nos revisan. Me hacen levantar los brazos, y sin contemplaciones me empujan hasta que, para no caerme, atolondrado por el miedo, tratando de controlar mis nervios, coloco mis manos en la ventana. Me chequean para ver si llevo algo comprometedor: una arma, un libro, que se yo, luego ya satisfechos pasan al siguiente. Veo como a uno de los estudiantes lo bajan a empujones y se lo llevan. La muchacha que viajaba con él, una rubia de hermosos ojos azules, callada y taciturna, rompe en llanto y contagia con su miedo a las otras mujeres, las que se acurrucan y sollozan, Luego, cual manada de Ñuz después de que un león tomó su presa, el carro se fue acallando y quedaron solo los susurros.

Yo conocía al muchacho que se llevaron, había estado con él en una reunión respecto a la ENU (Escuela nacional Unificada) y agradecí el momento en que no quise involucrarme más en su difusión. Por lo que deduje que mi nombre no había sido registrado y gracias a ello ahora me estaba salvando de seguir la misma suerte de varios conocidos.

Este espectáculo viene repitiéndose desde hace ya varios días después del 11 y con tristeza, y con temor, hemos notado la ausencia de varios de los que viajábamos frecuentemente, eso me recuerda un poema de Bretch y espero que no vengan por mí. Ya tengo la certeza de que no lo harán, pues ya han revisado mi casa y la pensión donde me hospedo en Temuco y al parecer no han encontrado nada comprometedor. Además, ya me han revisado varias veces, y esto se está volviendo rutinario.

Mas tarde, con un silbato estremecedor, la locomotora resopla, llena de vapor el ambiente, y luego cual un dragón triste y melancólico, bufando a regañadientes, comienza a moverse. Después, ya los primeros rayos del sol comienzan a aparecer y el día deja ver que ha llegado la primavera. Adentro, aun reinan las tinieblas y el miedo, miedo que nos acompañará durante gran parte de nuestra juventud

UN ECO

En una tarde de junio
Fría como tu mirada
Te dije adiós y
Deje de ser yo
Para convertirme
En eco entre las rocas
Te dije adiós y
Me despedí de mi alegría
Y quede retumbando
Triste y moribundo
Y ya no soy más que un eco
Que irá a morir
En una
Nublada lejana sola
Montaña escondida
Y ya no seré más un eco
Sino que seré el olvido
Entonces, olvidado y solo
Volveré a ser el mismo.