lunes, enero 08, 2018

El Armagedón



Y mira, que vi
Alla lejos, detrás de la montaña donde
 Se levanta inconclusa, la torre de Babel
 Una horda de seres informes descendiendo de ella
Y llega el sonido de sus gritos amenazantes
Y he aquí que bajan y corren y en su loca carrera,
Como un ejército de hormigas enajenadas, se cruzan y se atropellan
Se pisan y se destruyen y demuelen todo a su paso
Caen los árboles, las piedras se vuelven polvo,
los ríos de agua fresca se tornan en calderas y hierven
Una nube de vapor se erige desde sus aguas

Y mira que vi
Como la tierra entera se iba cubriendo por esta mancha implacable
Y la madera arde y caen las casas, ceden los pilares de los puentes
Y se abaten y mira que esto no era pavoroso, sino que un himno a la
Destrucción, una destrucción bella en su fiereza, Magnifica en su orden,
soberbia en su ejecución y no queda nada: el fierro se funde,
El concreto se vuelve arena y caen majestuosas las torres

 y he aquí que miré al cielo y vi que este se abría y anegaba
el ambiente de lujuriosa luz. Y he aquí que vi, rodeado de Luz
al Ángel descender desde un cielo amenazante, atronador
entonar en su trompeta una sinfonía solemne que llama a desolación.
y mira que  oí
Ensordecido, por el sonido de la música, 
como si millones entonaran una suplica miserable,
un pedido de piedad ante lo inevitable  y
El Ángel sonaba su trompeta inmisericorde e implacable

Y mira, que vi
cómo la devastación ya era total, la tierra entera
No era más que una enorme nube de polvo
Los volcanes enardecidos emanaban llamas retorcidas
que subían hasta el cielo, ríos de lava, 
cual serpientes enfurecidas, bajaban desde las cumbres
Y tras ellas, se derrumbaban las montañas, se evaporaban los océanos
Mientras el Ángel atronaba su música enloquecedora, se pulverizaba
La tierra misma hasta que no quedo nada, solo vapor y polvo.

Y mira que después de este caos,
como si un director de orquesta oculto bajara su
Batuta, la música ceso, volvió el Ángel al cielo y este se cerró,
 dejo de manar la luz,  se hizo un silencio angustiante y cayó la oscuridad.
 Al calor sofocante lo siguió un frio gélido,
la nada...
y yo; aterido y solo, miro y ya no veo la tierra, 
se ha disuelto la maldita
y me sonrió, y me digo ya no podrás tragarme
 porque ya no seré nunca: polvo de tu polvo.