sábado, mayo 31, 2008

La culpa es mía


Ella levantó la vista y me miró de frente: serena, sin miedo, sin culpas. Sus ojos profundos se encontraron con los míos. Yo devolví su mirada. Por un instante, pensé que me miraba como una mujer mira a su amante. Tierna, profunda... su mirada en la mía se quedó.

Unos instantes, brevísimos, duró este encanto. Sentí que por mi estómago subía una emoción que no sentía hace años. Tan olvidada estaba esa sensación que me inquieté; sentí ganas de abrazarla. Me retuve. Alcé mi copa y bebí un sorbo de vino.

Luego, coqueta e inquieta, su mirada de niña se distrajo en algún punto lejano. En ese momento contemplé su rostro, cansado por los años, pero aún hermoso.

—Somos como dos adolescentes —le dije.

El mozo, inoportuno, nos trajo el menú e interrumpió su respuesta.

Yo miré por la ventana del restaurante y guardé silencio. Me sentí empequeñecido y solo. Ella, con la perspicacia que tienen las mujeres, se percató de mi actitud y me dijo:

—Te sientes culpable.

—No —le contesté.

Habíamos quedado de acuerdo en vernos ese día. Después de varias charlas por Internet y de muchas dudas y temores, había aceptado su cita. Y aquí estaba yo, en una ciudad lejana, sintiéndome infiel después de muchos años de casado.

Ella miró la carta e hizo su pedido. Yo me entretuve leyendo la mía, tardando en decidir la merienda.

Cuando el mozo se alejó, reanudamos nuestra charla.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó.

Yo miré dentro de mí y busqué una explicación. Luego, evitando una respuesta comprometedora, respondí:

—Quería conocerte.

Y era una verdad a medias.

¿Por qué estaba ahí? No sé. ¿La soledad, la monotonía, o tan solo constatar que ya no me queda tiempo? Tal vez la curiosidad… no sé. Me sentí como la polilla que juega alrededor de la llama, atraída por la luz que puede matarla. Y desvié la conversación hacia temas triviales… ¿o importantes?: la familia, el trabajo, los gustos personales, las ilusiones; en fin, de aquello que se habla para fingir interés.

Ella me habló de sí, de sus triunfos y de sus fracasos. Al balancear estos en la historia de su vida, noté que esta se inclinaba por los últimos. Sin embargo, no se veía triste. Estaba llena de un entusiasmo que contagiaba, una alegría de niña que exudaba un deseo de vivir y experimentar.

—¿Qué buscas? —le pregunté.

—¿Yo? —sorprendida—. El amor —me respondió.

Yo, que en mis encuentros con el amor siempre he salido con moretones, no quería volver a encontrarme con él. Por eso evitaba todo guiño que pudiera malinterpretarse. Pero ella, ya cuando habíamos terminado la merienda y después de alejarnos del restaurante, mientras caminábamos por la orilla del mar, desinhibida, se colgó de mi brazo.

Al sentir el calor de su cuerpo, recorrió mis piernas un ligero temblor, que contuve como pude.

Mientras ella hablaba, yo, absorto, miraba la playa, la arena, el agua. El día era cálido, refrescado por la brisa. Las olas, mansas, venían a morir a nuestro paso. Y me sentí ridículo, del brazo de una extraña. Pero ella estaba tan feliz, o fingía tan bien, que no dije nada y evité el gesto de apartarla de mí.

Los años me habían hecho olvidar el perfume de una mujer. Por eso me estremecí al sentir su aroma tan cerca de mí. Y cuando su cabeza quedó junto a mi hombro, la fragancia de su pelo me hizo ruborizar, y una ola de deseo me inundó el cuerpo.

Al seguir caminando, me sentía cada vez más pequeño, más falso, más desleal. Y esa lacerante falta me llenó de angustia, matando todos mis ardores. Años de matrimonio habían puesto riendas a mis sueños; la costumbre había moldeado mi carácter, encausándolo en un surco de rectitud. Y ahora, al salir de esa huella estrecha, me sentía culpable.

Me dije: para ser infiel hay que tener coraje, cierto desapego por las cosas, un ánimo de novedad y un poco de malicia... cosas de las cuales carecía. Por eso, me fui sumiendo en un mutismo que ella notó y me lo hizo ver.

Sin enojo, se plantó frente a mí y me regañó. Argumentó que la vida se vive de momentos, que ese momento no se repetiría, que la vida da y quita cosas, y que lo que la vida ofrece hay que tomarlo sin remordimientos. Porque así es la vida…

Y así, como los marinos que escuchan el canto de las sirenas, me dejé llevar por el arrullo de su voz, y lentamente me fui envalentonando, hasta el punto de convencerme de que lo que la vida da hay que tomarlo. E hice míos sus planteamientos. Dejé de sentirme culpable con el simple expediente de echarle la culpa al destino. Pensé: si este no hubiera querido que esto sucediera, yo nunca habría estado ahí.

Por eso levanté la cabeza, enderecé la espalda y le sonreí. La miré a los ojos, jugué con su pelo. Ella bajó la mirada, y supe que había vencido. Con la euforia de ese pequeño triunfo, confiado y sereno, acaricié su cara y le di un beso.

Y fue la locura.

Más tarde, al abandonar el frío cuarto del motel donde dimos rienda suelta a nuestra lujuria, taciturno y lejano, hundido en mis pensamientos, no la miré a la cara. En su rostro, antes tan hermoso, se dibujó una mueca de disgusto. Adivinando mis pensamientos, a sus labios asomó un reproche.

—Yo no te obligué a hacerlo —me dijo. Y añadió—: Somos lo suficientemente mayores para saber lo que queremos.

Algo me hacía sentir sucio. Me impulsaba a alejarme. Y lo único que deseaba era irme. De reojo, miré sus ojos, humedecidos por el desencanto. Vi en ellos todo el cansancio de una vida sin amor, y sentí pena. Alcé la mano para acariciar su rostro, pero ella hizo a un lado su cara.

—No quiero tu lástima y menos tus culpas —me dijo.

—Lo que quiero es un poco de amor. Y se ve que tú no puedes dármelo —añadió.

Tras un largo silencio, me dijo:

—No te sientas triste. La culpa es mía. Sé que eres casado, pero no puedo sentirme culpable. Sinceramente, no me arrepiento.

Y se alejó de mí.

Atontado, como un niño abandonado, me hundí en la desazón y contemplé cómo ella se marchaba y se perdía entre la gente.


jueves, mayo 22, 2008

Una teoria del universo



El universo se inició en un instante titánico llamado Big Bang, después de esa colosal explosión, ocurrida en un tiempo pretérito, los trozos producidos por la explosión salieron disparados hacia el infinito y se alejaron y se alejan de su centro original hasta que se encuentran tan distantes de ese punto que es difícil precisar donde se produjo esta hecatombe.


Eso nos dicen los físicos y astrónomos y si hemos de creer en eso (hay que considerar que las teorías cambian), la tierra, entonces, es sólo un trozo de materia, un grano de polvo a escala cósmica, una esquirla del tronco original, que salio disparada hacia el infinito. Y que se desplaza, junto a soles y estrellas hacia un punto indeterminado.


Si esta teoría es correcta, entonces todo el universo, como lo conocemos hoy, tiene una fecha de nacimiento, y cada polvo, cada gramo de materia debieran tener su génesis en un mismo evento. Pero, en el proceso de desplazarse se producen nuevos nacimientos y muertes de estrellas y de galaxias enteras. En una sucesión de muerte y renovación constante.


¿Cuanto durará el impulso que la obliga a seguir?, ¿Cuando se agotará su fuerza y se detendrá?, ¿o no se detendrá jamás? Algunos especulan que nuestra galaxia se dirige hacia un gran hoyo negro que la engullirá completa. Es casi imposible aquilatar la magnitud de esa tragedia, imaginen galaxias enteras sucumbiendo en el interior de este gigantesco hoyo, que según los científicos no es tan grande; ya que en él, la materia se comprime miles de veces. Hasta que un planeta llega a tener el tamaño de la cabeza de un alfiler.


Pienso en ello y me aterro, pero, más me interesa una pregunta, ¿Que había antes del Big bang? Los científicos, siempre curiosos, buscan ecos de esta colosal explosión y según ellos, dado que en el espacio solo existe vacío, las ondas, de cualquier tipo, que emitió tal evento, siguen viajando por siempre, ya que nada las detendrá. Pero, volvamos a nuestra pregunta. ¿Es posible que el universo estuviera contenido en una sola esfera gigantesca que al explotar dio origen a este? ¿O es posible que hubiera otras esferas , y que el universo sea como los fractales, que se reproducen hasta el infinito?


Si es así, entonces es una locura tratar de encontrar respuesta a la pregunta original, ya que esta no existe. Y el universo estaría contenido dentro de otro universo de forma similar, y este estaría contenido en otro.....el que estaría contenido en otro y así, hasta el infinito. Si es que se es capaz de comprender lo que significa infinito....

martes, mayo 06, 2008

Caída hacia la Nada


De pronto siento que la tierra me suelta, y comienzo a caer; En la titánica caída hacia el precipicio sin fondo; En mi loco pataleo, trato de asirme aun sustento inexistente, y me alejo hasta que ya ingrávido, comienzo a internarme en el vacío. De la tierra, todos caen hacia la nada, como plumas que se alejan etéreas y perezosas, El silencio es absoluto, pese a los gritos que los que despeñan emiten en su terror.

En mi caída veo que el cielo, al principio celeste, es una enorme bóveda que se torna negra. La tierra se aleja y se me hace cada vez más pequeña, hasta que esta es sólo un punto en el firmamento, ya menos que la más pequeña de las estrellas y ya no la diviso.

Ahora ya soy la nada en la nada misma, y siento la soledad sempiterna en este espacio renovado. Es tan grande la soledad que no me cabe comprenderla y esta incomprensión me salva, por lo que no enloquezco.

Perpetuamente flotando, cual astronauta abandonado, Siento que me estiro y me fundo con el espacio y ya soy el espacio mismo.

En mi ingrávido levitar, veo pasar las constelaciones, rojas, anaranjadas, azules; elípticas, caracoleadas, circulares e infinitas. Millones de estrellas pasan por mi lado, como gotas de nieve; el viento cósmico golpea mi cara, la estira y deforma; los meteoritos pasan a mi lado, como proyectiles locos, disparados hacia la nada. Las galaxias, nubosas y lejanas se acercan y se deslizan como el paisaje que desfila en la ventanilla del tren. Y sigo, más allá de la más lejana de las estrellas, al confín mismo del universo, donde el todo deslinda con la nada y se funden y confunden y ya no se distinguen y no se comprenden y son uno solo, o todo o nada, indistintos.

Y en la frontera misma de esta locura, me miro a mi mismo y me siento como un Dios enajenado, infinitamente inútil. Eternamente contemplando su creación con una incomprensión infinita de lo hecho.

Y luego, como se disipa la niebla al mediodía, me comienzo a desvanecer y desaparezco...