lunes, febrero 18, 2008

Melodia inmortal

Mientras escucho la melodía “Enmanuelle” con Fausto Papetti al saxo, me pregunto ¿Qué es lo mágico de estas melodías? ¿Que hace que se desencadenen las emociones, se atropellen los sentimientos y se conviertan en una lagrima? Y me respondo: su simpleza. Todas tienen un tema principal y los instrumentos solo van dando una variante del mismo tema. Yo no soy experto en música y no pretendo hacer de estas disquisiciones un ensayo musical. No, nada de eso, solamente trato de entender porqué un sonido produce esa reacción. Dejaré el estudio químico de cómo un sentimiento, que es algo abstracto, se materializa en una lágrima, que es algo concreto. Para concentrarme en algo aun más abstracto o tal vez más absurdo.

Si yo fuera un compositor, si pudiera conjugar las notas, como el prestigiador juega con las palomas, trataría de componer una canción que fuera todas las canciones. Una canción tan triste que te haga sentir la urgencia de una sirena, el desamparo de un amor que se queda en la estación; la tristeza de una tarde de otoño vista a través de las hojas que caen y mueren. Y al mismo tiempo tan alegre, que te llene de euforia, como una droga, como el vino. Como la noticia sensacional que recibes y solo tú conoces. Como cuando te dicen que aquel hijo que tú amas se ha salvado y ya no morirá. Pero, al mismo tiempo, la canción debe recordarte la serenidad de una tarde de verano, lenta y calcinante, en que nada se mueve y todo reposa. Y deberá recordarte los sonidos de la noche, el ruido inquietante de los grillos, y también la soledad de una cama vacía y eternamente a tu lado, Una canción, que inflame tu pecho, te haga empuñar un arma y te vayas al frente de batalla, una canción que te haga ver el dolor de los demás, y te embarques en una cruzada por la paz, en fin, una canción tan sublime que sea todas las canciones, todas las notas, todos los sonidos, que haga brotar todos los sentimientos, todas las emociones, toda la humanidad, todo el imposible inscrito en una canción.

Y me pregunto, ¿es posible esta melodía? Y me respondo: sí. La vivimos a diario, está sonando cada día, cada segundo que pasa la escuchamos, solo que estamos inmersos en su sonido, pero, si fuéramos capaz de escapar, como el naufrago que llega a la playa y contempla desde la altura el mar que estuvo a punto de ahogarlo; Veríamos la cosa diferente, veríamos que esta melodía está presente cada día. Somos parte de ella. Está en cada cosa. En cada flor, en cada niño, en cada anciano. En cada risa, en cada llanto, en los gritos, en la furia, en el abrazo, en la puñalada, en la caricia. Está sonando, siempre presente, eterna. Está en todos nosotros, en el conjunto de nosotros, está; en fin, en la humanidad.

Si fuéramos mas allá, si nos atreviéramos a dejar nuestro yo, nuestro tú, nuestro nosotros, veríamos que esta canción solo puede ser compuesta por el que nos enseño o mejor dicho, nos dio cada nota, cada sonido, cada eco, cada ruido, en fin; si fuera un creyente diría que esta música la compone cada día Dios. Quien nos da vida, Y si no lo es, la compone la naturaleza y la entona la vida. Pero, no podrá negar que existe, está ahí, sonando, cada día, sempiterna. Y como un hombre tiene que tomar partido, creo que esta música solo es capaz de componerla el Creador de todas las cosas, el que da vida y permite que la vida se renueve a sí misma.

Más adelante, en otra ocasión, cuando sienta de nuevo esta música, cuando compare a Francis Lay y Papetti, cuando el pisco sour suelte mis ataduras, cuando la soledad se haga insoportable hasta el punto de estar a punto de dejar de escuchar la música de la vida retomare este tema y pensaré en el.

Gracias a la música: ABBA

domingo, febrero 17, 2008

Encuentro Conmigo




Hoy me cruce en el camino conmigo mismo y no me reconocí. Iba como todos los días, ensimismado en mis pensamientos, absorto en mis abstracciones, cuando al igual que el día anterior, me topé conmigo. Confieso que este cruce es habitual, casi siempre en la misma esquina, he llegado a pensar que debo tener un horario parecido al mío, porque siempre, a la misma hora y en el mismo lugar, me encuentro.


Declaro que normalmente no miro a la gente al pasar, costumbre que mi mujer reprocha, ya que en muchas ocasiones me he encontrado con ella en la calle y ni siquiera la saludo; tan absorto voy en mis elucubraciones que no miro al pasar y no se crea que soy un engreído; aunque la gente que no me conoce muy bien cree que es así. Pero ¡Cuán equivocadas están! No, nada más alejado de ello que mi actitud. Ya que me considero una persona modesta y atenta con los demás.


Generalmente cruzo conmigo una mirada leve, corta y una inclinación de cabeza, eso es suficiente para mí. Me digo que es bueno que me reconozca y es bueno ser reconocido. Y como el encuentro es temprano en la mañana, eso alegra mi día. Pero, hoy, pasé de largo y sin mirarme (y eso que hoy casi choqué conmigo y tuve que hacerme ligeramente a un lado) y esa actitud de mi me extraño, me detuve y voltee la cabeza con la secreta esperanza de que me reconocería y me daría vuelta para saludarme, pero no fue así y contemplé mi espalda al alejarme. Me vi alejarme de mí con paso rápido, y mi cabeza levantada, más erguida que de costumbre (normalmente miro el piso cuando camino) me pareció ver en mi actitud un gesto despectivo para conmigo. Largo rato estuve contemplándome hasta que doblé la esquina y ya no pude verme.


Entonces Me hice un sin fin de preguntas. ¿En que iría pensando que no me reconocí? ¿Me estaré olvidando de mi o ya no me intereso en mi? ¿Tanto habré cambiado que ya no me reconozco? ¿o simplemente ya no quiero reconocerme? Estas interrogantes me hicieron poner triste y me comencé a sentir desamparado. Al igual que el hombre que se encuentra con un viejo amigo y éste ni siquiera lo saluda, o como el niño que se encuentra con su madre y esta no lo levanta en brazos, así me comencé a sentir. Pero, después me dije. No, lo que pasó es sólo circunstancial, probablemente mañana cuando me cruce conmigo nuevamente seré mas efusivo, es probable que hasta me detenga y me pida escusas, y es probable que hasta converse conmigo por unos minutos. Esta eventualidad me lleno de euforia. Mas, unos segundos después me asalto la duda. ¿y si ya no quisiera verme de nuevo, y si ya no me vuelvo a cruzar conmigo nunca más, y si decido cambiar de rumbo solo para no verme?


Me entretuve entre la posibilidad de salir tras de mí o dejarme ir, finalmente opté por quedarme donde estaba, y fui cruel conmigo, me dije que si quería huir de mi ese es mi problema no el mío. Si ya no me quiero ver, probablemente debido mis culpas o mis fracasos ese no es mi problema, yo estaré aquí, sin cambios, inalterable como una estatua que se queda siempre inmóvil, siempre fría, contemplando el paisaje o mirando sin mirar, Pero, sin huir; considero una cobardía huir de mi, mas aun si yo no me he hecho nada malo, y es más, me gustaba encontrarme conmigo cada mañana. Por eso, ese gesto que quise adivinar en mi actitud, considero que no viene al caso y contemplé un rato la calle, como queriendo comprender algo, como el hombre que contempla como se aleja un amor, y luego, sin remordimiento me mande al diablo a mí mismo y seguí mi camino.