lunes, enero 02, 2012

Un Adios


Su pelo negro dejó pasar la luz del farol que nos iluminaba, y pude ver su rostro demacrado y triste, sus ojos, humedecidos por la emoción, pugnaban por contener las lágrimas, me miró como queriendo hablarme desde el fondo de ellos y me pareció que esos ojos atribulados eran la entrada a su alma acongojada. Por un instante brevísimo atisbé en lo profundo de su mirar, pero, acobardado desvié la vista.

Hace rato que estamos discutiendo, y no sabemos cómo terminar esto sin salir dañados del conflicto, le estoy comunicando que me voy a ausentar por un tiempo, la verdad es que es así, pero, en el fondo le estoy diciendo adiós. Quiero despedirme, dándole al menos la esperanza de que volveré por ella. Pero, con la intuición que tienen las mujeres, ya ha adivinado mis intenciones. De algún modo, presiento que ella me quiere y está sufriendo por la situación, Y esa certeza me hace ser inclemente.

Luego, ya llorando ella me ruega que me quede, toma mi mano y me dice que me ama, me abraza y me besa, pero, yo siento en mi boca el sabor desagradable que deja el llanto. Y la aparto suavemente, ella nota mi rechazo y se siente vencida; tan grande es su dolor que temo se desmalle. Yo quiero dejarla e irme, pero, algo me mantiene pegado a ella y no me deja abandonarla. Un lapso largo estamos en silencio, luego ella, pálida y entristecida respira y contiene sus sollozos y me mira.

En estos meses de convivencia, adivino que lentamente, me he ido siendo imprescindible para ella, al punto de ser esencial, y ya soy parte de su vida y que sin mí tambalea. Sus sueños, tejidos con los hilos de mis promesas, se deshilachan con mi alejamiento, todo el andamiaje de ilusiones que se ha forjado, cae como si un viento atroz lo sacudiera y eso la tiene al borde del abismo.

¿Ya no volverás, verdad? -Me dice.

Quiero decirle que ya no volveré, sin embargo, le miento:

Sabes que te quiero- le digo.

Pero, ella que siempre me ha parecido tan diferente a mí por su pragmatismo me responde, con un dejo de ironía.

Nunca he estado segura de ello- y prosigue- yo si te quiero, me hubiera gustado que te quedaras, sabes que mis sueños son hacer mi vida junto a ti, juntos los dos, yo te hubiera cuidado, te esperaría cada tarde al llegar a casa, te hubiera dado hijos; porque yo no he buscado ninguna aventura contigo, y levantó la voz como si sintiera que hubiera cometido algún pecado: eso tú lo sabes y no pienses lo contrario. y de nuestra relación me queda algo tuyo, algo que durara más. Algo que es completamente tuyo y mío…algo nuestro. Algo que nos unirá de por vida… un lazo invisible…. Imborrable… Un profundo suspiro cortó el hilo de su discurso -de todos modos -y prosiguió- yo me quedo y tú te vas, pero, siempre estarás conmigo, yo te llevaré siempre, vivirás en mi y lo lamentable es que así será. y enmudeció.

Yo, no entendí lo que me dijo, porque miré a lo lejos en la solitaria calle en que nos encontrábamos. El frio del sur, y una leve neblina empapaban el ambiente de soledad, el farol tenue, la sombra de las casas, y los escasos automóviles que se desplazaban apurados echaron a volar mi imaginación y me distraje, y por un momento ya no estaba ahí. Habiame sumido en mis cavilaciones y conflictos, Hasta que ella, irritada con mi actitud protestó vehemente.
Volví a mirar su pálido rostro, y comprendí que sus lágrimas terminarían por quebrar mi voluntad, por un momento estuve tentado de tomar su cara entre mis manos y consolarla, mas, no lo hice.

Después, ya resuelto le dije un apurado adiós, y me fui. No miré atrás, su figura desamparada en la puerta de su casa, como una aparición entristecida, su pelo revuelto por el puelche, su actitud de infinito abandono aun aparece en mi memoria. En el camino, me sentí cada vez más pequeño y más culpable, acobardado, pugnando por no llorar, me sentí extrañamente abatido.

Más tarde, al pasar los años, y por esas cosas del destino, la volví a ver y casi no la reconocí, era otra mujer, más cansada, más madura, más adusta, amargada por una vida de sufrimientos y privaciones, pero no vencida; la miré y en su mirada no vi rencor; me miró como una reina mira a un plebeyo. En su mirada, antes suplicante había indiferencia, pero, no desprecio.

Y me acordé de su discurso postrero, y al fin comprendí lo que me quiso decir, y nunca, en estos años me había dicho ni tampoco lo intuí. Solo lo supe por qué nuestra hija quería conocer a su padre a los 15 años.

Cuando le reproché el hecho de no habermelo contado, me contestó:

Esa es mi revancha, yo no te tuve, pero tú no tienes a tu hija, y ya nunca será completamente tuya, solo serás su padre, pero, no te querrá, ese será tu castigo.

Y entonces, ahora que ya no soy el mismo de antes, ahora que ya no tengo la soberbia de la juventud sino que el paso de los años han ablandado mi espíritu sentí lastima por ella, y por la niña, por sus años de privaciones y luchas, por su soledad, por su cansancio. Ella, como siempre, adivino mi pensamiento y, henchida de orgullo me dijo:

Si, la crie sola, sin ti… no te necesitamos.

Yo, que ya no siento amor por ella, permanecí impasible, pero, por un momento, sentí rabia, por lo sucedido, enojado con ella y conmigo, luego pensé, siempre fiel a mi filosofía, que lo hecho, hecho está y que nada de lo que haga, piense o sienta puede cambiar el pasado.

Ella sólo guardó silencio y se marchó, la vi alejarse y ya no nos hemos vuelto a ver.

Una Noche de Miedo


El bus, atestado de gente. Se encontraba retrasado, yo impedido de subir miraba impotente las espaldas de las personas que colgaban de la pisadera. Era ese un día de septiembre cerca de fiestas patrias. Y como todos los viernes después de clases me dirigía de vuelta a casa. Venia yo de Temuco y me encontraba en el precario terminal de Victoria. Desde ahí debía viajar a casa la que se encontraba a unos 22 km.

El bus, el único que hacia el recorrido victoria-San Gregorio y pasaba frente a mi casa, repleto, comenzó a hacer abandono del terminal y yo, resignado miraba como se alejaba. Tenía yo que irme o quedarme en el terminal y sin alternativa opte por hacer el camino a pie. Era ya cerca de las 6 de la tarde. El día era unos de los primeros de la primavera por lo que había sido soleado, pero frio. Afortunadamente, no llovía.

En una hora de marcha ya estaba tomando el camino que va desde Inspector Fernández hasta San Gregorio. Es este un camino de piedra. Y en uno de sus costados tenia una pista para carretas, aun la tiene; aunque se encuentra cubierta de vegetación. Ya se estaba oscureciendo.

Después de dejar atrás las casas de la estación de Inspector Fernández y sabiendo que me restaban 16 km. Apuré el paso rogando a Dios que pasase algún vehículo que me llevase, y así evitarme la larga caminata.

De pronto, en una de las estacas del cerco que encierra la calle, unos 30 metros más adelante, escuché el canto de una Becacina. Al principio no le di importancia, cuando llegue cerca del pájaro, este voló y se posó unos metros mas adelante y volvió a emitir su monótono.---po-ro-to-po-ro-to- . De nuevo, al acercarme, volvió a alejarse y a posarse a la misma distancia. Y así, por unos 2 Km. La noche se hizo oscura y mientras esperaba que apareciera la luna seguí mi camino en compañía del pájaro.

En la soledad de la noche, la oscuridad deforma las siluetas de los arboles, las rocas y todo lo que se pude ver, las que van tomando distintas formas: las que la imaginación sugiera. Y así, me fui imaginando cosas. Y las largas noches escuchando cuentos de mi abuelo comenzaron a despertar mi imaginación. A sugerirme formas pavorosa. Unos kilómetros más adelante, quizás producto de la monotonía del grito del pájaro que se negaba a abandonarme o de mi propia fantasía. Comenzó a darme miedo. Confieso que no soy muy valiente, pero, estaba acostumbrado a caminar en la oscuridad del campo. Mas, al mismo tiempo, las escalofriantes historias escuchadas en las largas tertulias alrededor del fogón habían permeado mi espíritu y azuzado mi imaginación, por lo que mi ánimo comenzó a decaer.

Por eso, al llegar al Monte de Los Tiuques, un bosque que se encuentra a unos 10 Km de distancia de mi casa, ya el miedo se había apoderado de mí. El maldito pájaro parecía reírse. El sonido de su grito me calaba el ánimo. Me entristecía. Y las sombras de los arbusto movidos por la briza de la noche se me atojaban figuras horrendas. Un poco descontrolado y sabiendo que debía pasar por el medio del bosque, del cual se contaban siniestras historias. Me detuve y me debatí en la indecisión de cruzarlo o volver. El pájaro cantó y su canto me pareció una carcajada siniestra.

Estaba en eso cuando veo las luces de un vehículo. Mi corazón se aceleró con la esperanza de que fuera alguien conocido y me llevase. Luego llego a mí el sonido del motor y pronto el vehículo estuvo a mi lado. Le hice señas para que me llevara y para mi suerte, el móvil se detuvo y una voz me invitó a subir.
Una vez en el vehículo, y ya alejado del aciago pájaro, agradecido de que me liberara de tan molesto acompañante le conté mi historia al conductor. El conductor pareció sonreír, adujo que mis temores se debían a mi imaginación, cosa que encontré razonable. Luego dijo que existían terrores mayores. Yo no le entendí y guarde silencio.

En la noche, el auto se deslizaba silencioso. Los arboles desfilaban en la ventanilla, los hoyos del camino se oponían a su avance. En el interior, la penumbra me impedía ver el rostro del chofer. La voz profunda del hombre que conducía me causó cierta inquietud.
Después, transcurridos unos minutos recorrimos varios kilómetros hasta que llegamos a una bifurcación del camino.

Aquí lo dejo mi amigo-- me dijo.

A menos de un kilometro de mi casa. Le di las gracias. Me bajé. Camine unos metros. Escuche el acelerar del motor y me volví a mirar.

Por extraño que parezca, ya no estaba el automóvil. Mire por el camino donde debiera estar y no vi nada, ni sus luces, ningún ruido, solo el murmullo de los arboles mecidos por la briza.

Asombrado, sin entender lo que paso, envuelto en la oscuridad, un escalofrío recorrió mi espalda, subió por mi cuello y me erizo los pelos, apuré el paso y despavorido corrí hacia mi casa.

domingo, febrero 14, 2010

Despues de un tiempo ausente, a la siga del pan, Hoy, dia de los enamorados ¿habré estado enamorado alguna vez? me puse a pensar en ello, y luego, imperceptible, como una serpiente, callada y silenciosa, llegó la nostalgia, y con ella el pensar, y me pregunté ¿que es ese ligero sin sabor? ese malestar, que insidioso no deja de molestar.
Producto de este discurrir, les dejo esta pregunta. Piensen en ella.

¿Que me falta?

¿Qué me falta? ¿Qué es esta insatisfacción? ¿Este vacío? ¿Qué me lleva estar disconforme con la vida? Estas preguntas, se la han hecho todo el mundo y algunos en la búsqueda de las respuestas se han convertido en poetas, ya que para escribir, el alma debe estar atormentada, la congoja debe abrazarnos y en sus brazos sentirnos cada vez más pequeños, y hundirnos en el mar de la desesperanza, caer en el vacio inmenso de la vida sin sentido, y allá abajo, en el fondo del foso, en lo profundo del desengaño, en los confines donde la nostalgia deslinda con la tristeza, dejar brotar las palabras, solas, como vertientes, claras ; y, como arroyuelo, las ideas que nacen y siguen su discurrir, aguas abajo, serpenteando entre las rocas del desconsuelo.

¿No fue esa la vida de Poe, de Rimbaud, de Baudelaire? todos los poetas malditos. De aquellos que ya perdidos en la vorágine de la vida sin encontrar un sentido al vivir, extraviado el camino de salida sucumbieron a los alucinógenos que hacen que el individuo escape de su realidad. ¡Qué paradoja!, se puede escapar de la realidad, mas no de su circunstancia; y esta ¡la muy canalla¡ es al fin, más fuerte que aquella.

Lo que lleva al hombre a la genialidad o la locura son sus circunstancias, estas lo llevan, ya no dueño de sus destino, a transitar el paramo de la incomprensión y ya completamente incomprendido lo destierran al desierto de la marginalidad o, puede que lo eleven al podio de la fama.

Pero, el destino paga en la muerte lo que en vida negó, y en general, se reconoce el genio cuando ya, y ahora para siempre ha abandonado este mundo. Mundo que, por otra parte, nunca fue de su agrado, y del cual solo se desea escapar. Si supiéramos que hay un mundo mejor, un mundo más feliz, estaríamos dispuestos a dar el salto para salirnos de este y llegar aquel. Y si aquel fuera más feliz, nos aburriría su felicidad, porque hambrientos de sensaciones, eternamente insatisfechos, buscaríamos en otro lado lo que en el fondo de nuestra alma nos falta. El problema es que no sabemos que nos falta, esa ausencia de algo inefable, indescriptible, que roe nuestra mente, horada nuestra razón y nos lleva a la locura. ¿que es? se preguntaba Shopenahuer, esta continua insatisfacción. Y valla que tiene razón en su respuesta, sino , ¿por qué el moribundo antes de morir pierde la voluntad de vivir y se entrega, ya resignado en las manos de la muerte? Por eso, aunque renaciéramos, seguiríamos con este desagrado.

Por lo anterior, el genio es un hombre que ha perdido la voluntad de vivir, ha renunciado a ser entendido, se ha alejado de este mundo, ha abandonado su casa, ha roto sus lazos, y ya sin sustento solo anhela dar respuesta a su interrogante:¿Qué me falta? Y esa falta debe entenderse como ausencia de algo espiritual, no material, porque el hombre rico, ahíto de bienes, o el pobre, acicateado por el hambre, también se hacen la misma interrogante, solo que no hurgan tan intensamente en su alma, para no tener que enfrentar la incomodidad de las respuestas.

Esta pregunta, que todos los hombres nos la hacemos, es la que sin encontrar respuesta, (nadie la tiene) nos lleva al desconsuelo, al descontento, a la desdicha, afortunadamente, yo soy solo un hombre común y corriente, y a veces, sólo a veces me hago esta pregunta, y justo cuando comienzo sentirme disconforme con lo que tengo y lo que soy, cuando comienzo a caer en el desconsuelo, cuando dejo de encontrar sentido a mi gris existencia, cuando me dejo llevar en alas de la desesperanza, dejo de pensar en ella, y sigo vivo, sin romper mis ataduras, sin abandonar mi casa, aferrado a la vida, porque sé que cuando deje de asirme a ella, habré de claudicar, y como no tengo la genialidad de aquellos que sucumbieron jóvenes, no vale la pena pensar profundo, porque ¿Para qué atraer la desdicha?¿ porqué no conformarnos con lo que somos?, eso: un hombre común y corriente.

sábado, octubre 17, 2009

La nada

La nada no existe me dice un lector, de existir, entonces nosotros no seriamos posibles.

Pero ¿Que es la Nada? Nos dicen que la nada es antónimo del Todo, pero, ¿qué es el todo?, a escala humana se asocia el todo a cantidad, a lleno, a plenitud, pero, ¿es eso? El Todo y la nada son antónimos, pero, en el fondo son lo mismo. En el universo, ¿o debiéramos decir en esta realidad? no existe la nada ni existe el todo, (o al menos eso parece) son conceptos imposibles. “Nada puede ser completamente todo”; esa expresión puede ser cierta. No confundamos la nada con el vacio ni el todo con lo lleno, esos son conceptos claramente físicos, medibles, o sea, son posibles. Un estanque puede estar lleno o puede estar vacio, eso es dentro de nuestra realidad, donde el estanque es parte de un conjunto mayor de elementos.

Podríamos elucubrar que el universo es inmensamente grande, pero que limita con la nada y desde ahí, desde esa frontera, ya nada es posible, en tal caso, la nada nos rodearía como una gran cáscara, lejana, pero cierta, si así fuera, en los confines del universo solamente existiría la nada ya que esta existiría sólo si el todo no fuera posible, porque en la nada, nada es posible, nada existe, nada es, incluso la nada misma.

Ahora bien, supongamos que nuestro universo limita con el todo definido este como el antónimo de la nada, entonces este sería un lugar donde nada es imposible, todo existe, todo es (si existiese el todo), entonces, en ese lugar todo sería posible, hasta el más absurdo sueño de un enajenado. Si fuese así, si todo fuera posible, entonces la nada podría ser posible, en tal caso, la nada estaría contenida en el todo. Pero, ¿no nota un error en nuestro razonamiento?

Me parece que si el todo fuera posible, entonces seriamos parte del todo, y no limitaríamos con el todo, sino que estaríamos contenidos en el. En tal caso la nada estaría al lado nuestro ya que esta sería posible.

Si la nada fuera cierta, y si dentro de ella nada fuera posible, entonces la nada misma se estaría negando, luego, la nada no existiría.

¿Y si la nada fuera accesible?, ¿qué seriamos? unos seres en la nada misma. O sea, no seriamos. Para mí, que tengo una particular concepción de la realidad y del universo, ¿Hay alguien que no tenga una visión particular del tema) La nada existe, y seremos nosotros después de la vida. La vida es un gran viaje hacia la nada. La nada es inexistencia, es ninguno, es nadie, la nada es un concepto que llevamos dentro, unido al mundo espiritual, ininteligible, inefable, la nada nace crece y vive en nosotros, no tiene, como las otras cosas una existencia objetiva, sino que es intrínseca a cada uno de nosotros.

La nada es aquello que nos estremece por lo terrible de su esencia, es la negación de la existencia, es más que soledad, es ausencia, la nada es lo que nos causa la angustia existencial, la nada es lo que nos hace angustiarnos por nada, la nada hace que los hombres nos rebelemos y tengamos esperanza. Porque el hombre puede sobrevivir en el dolor, incluso sobrevivir en el infierno, si este existiese, y estoy seguro, que puesto a elegir entre este y la nada va a preferir al primero.

viernes, septiembre 18, 2009

El Changai


Es de madrugada, el frio inclemente del mes de septiembre cala los huesos, me acomodo en el asiento de madera del tren, el que se encuentra helado y duro; lentamente comienzan a llegar los pasajeros, y el carro se va llenando; aunque como de costumbre nunca estará completamente lleno, ya que los estudiantes que vamos desde Victoria a Temuco no alcanzamos a completarlo. Este recién empieza a llenarse en Cajon, después de haberse detenido en Perquenco y Lautaro.

Por la ventanilla, miro el redondo reloj de la estación que marca las 5:45; afuera, la niebla se esparce sobre el andén y lo oscurece; las luces, mortecinas, parecen cansadas de alumbrar y su luz amarillenta da a las personas un aspecto espectral; la gente, escasa a esa horas, entumecidas por el frio característicos de Victoria que los hace empequeñecerse, caminan agachados como embutidos en sus chaquetones. El único que no tiene prisa es el guarda-estación, el que abrigado en su negro chaquetón recorre con indiferencia el andén y mira despreocupado el paso de los escasos pasajeros.

Es el año 1973 y me encuentro sentado en uno de los asientos, de los dos únicos carros que tiene el tren, el que hace su recorrido entre las estaciones de Victoria y Temuco. El tren, dispuesto por las autoridades de la época para uso casi exclusivo de los estudiantes después de varias huelgas y desordenes que hemos protagonizado, hace su recorrido partiendo a las 6 de la mañana desde Victoria y llegando a Temuco a eso de las 8. Y regresa a las 5:30 de la tarde. Al parecer los trenes no tienen prisa ya que en cubrir los escasos 65 kilómetros que separa a las dos ciudades se demoran casi dos horas.

Los estudiantes, debido al pobre aspecto del tren, lo hemos bautizado El Changai. Tiene este tren una locomotora de vapor, vetusta para la época, y dos carros de segunda clase que sobraron de algún tren más importante y que Ferrocarriles del Estado ha dispuesto para nosotros.

Los que viajamos, casi todos nos conocemos, o nos hemos vistos alguna vez, aunque muy pocos son amigos, la mayoría son egresados del liceo de Victoria y estudian en la sede que la Chile tiene en Temuco, van siempre conversando y son bulliciosos. Nosotros los de la UTE, mas pobres y menos numerosos, somos, en gran parte, egresados de la escuela industrial y casi siempre vamos en silencio.

De pronto, lo que temía, emerge un piquete de soldados, son unos siete, los que a su paso hacen retumbar el solitario andén y antes de que el tren parta, se suben a él, Todo el carro se inquieta y en forma perentoria nos ordenan identificarnos. Sabemos que los soldados buscan personas comprometidas con las ideas de izquierda, o partidarios del recién derrocado gobierno de Allende, por lo que todos los que profesamos esas ideas, la mayorías en el carro, temblamos de miedo cuando vemos aparecer una patrulla. Uno a uno nos revisan. Me hacen levantar los brazos, y sin contemplaciones me empujan hasta que, para no caerme, atolondrado por el miedo, tratando de controlar mis nervios, coloco mis manos en la ventana. Me chequean para ver si llevo algo comprometedor: una arma, un libro, que se yo, luego ya satisfechos pasan al siguiente. Veo como a uno de los estudiantes lo bajan a empujones y se lo llevan. La muchacha que viajaba con él, una rubia de hermosos ojos azules, callada y taciturna, rompe en llanto y contagia con su miedo a las otras mujeres, las que se acurrucan y sollozan, Luego, cual manada de Ñuz después de que un león tomó su presa, el carro se fue acallando y quedaron solo los susurros.

Yo conocía al muchacho que se llevaron, había estado con él en una reunión respecto a la ENU (Escuela nacional Unificada) y agradecí el momento en que no quise involucrarme más en su difusión. Por lo que deduje que mi nombre no había sido registrado y gracias a ello ahora me estaba salvando de seguir la misma suerte de varios conocidos.

Este espectáculo viene repitiéndose desde hace ya varios días después del 11 y con tristeza, y con temor, hemos notado la ausencia de varios de los que viajábamos frecuentemente, eso me recuerda un poema de Bretch y espero que no vengan por mí. Ya tengo la certeza de que no lo harán, pues ya han revisado mi casa y la pensión donde me hospedo en Temuco y al parecer no han encontrado nada comprometedor. Además, ya me han revisado varias veces, y esto se está volviendo rutinario.

Mas tarde, con un silbato estremecedor, la locomotora resopla, llena de vapor el ambiente, y luego cual un dragón triste y melancólico, bufando a regañadientes, comienza a moverse. Después, ya los primeros rayos del sol comienzan a aparecer y el día deja ver que ha llegado la primavera. Adentro, aun reinan las tinieblas y el miedo, miedo que nos acompañará durante gran parte de nuestra juventud

UN ECO

En una tarde de junio
Fría como tu mirada
Te dije adiós y
Deje de ser yo
Para convertirme
En eco entre las rocas
Te dije adiós y
Me despedí de mi alegría
Y quede retumbando
Triste y moribundo
Y ya no soy más que un eco
Que irá a morir
En una
Nublada lejana sola
Montaña escondida
Y ya no seré más un eco
Sino que seré el olvido
Entonces, olvidado y solo
Volveré a ser el mismo.

jueves, agosto 20, 2009

¿Existe el paraíso?


El paraíso está presente en todas las culturas. Los hombres desde siempre han imaginado que existe un lugar idilico donde se descansará después de esta vida. Los griegos se imaginaban que el paraíso era el Jardín de las Hespérides, los babilonios se imaginaron un jardín donde la caza era fácil y la vegetación hermosa; lo mismo los indios norteamericanos imaginaron el paraíso como un lugar idílico donde proliferaban los bisontes y la caza era abundante. En fin. Cada cultura tiene una idea del paraíso. Ahora bien, ¿qué tiene de común el hombre de las cavernas, los babilonios, los salvajes, y el hombre moderno que dieron luz a esta idea que nace en las oscuras cavernas, atraviesa las civilizaciones y dura hasta nuestros días? La respuesta es: el hombre. Si, el hombre es el factor común; el que, con sus angustias y alegrías, con sus dichas y desvelos, teje con la lana de la esperanza el manto de ilusión que lo protege de la inclemencia de su destino. El hombre que comprueba con desolación que la vida no es más que un largo peregrinaje por el dolor y que toda su existencia está condenada a acabar un día estrellada en el acantilado del olvido. Es el hombre que al constatar lo efímero de su existencia, lo fugaz de su ser, menos que un pestañeo en el devenir de los tiempos, trata de dar trascendencia a su corta vida, es el hombre en busca de la inmortalidad que, amando a la vida como es, se niega a la condena de anonimato y olvido.

De esta angustia, de este renegar del olvido, de esta necesidad de dejar huella, nace la perspectiva de la resurrección, como una retribución a las tribulaciones de la vida, en un lugar idílico; en una vida, ahora, liberada del sufrimiento, alejada del dolor, y ya eternamente feliz. Es entonces, el paraíso, el resultado del anhelo de compensación al dolor de la existencia, es la perspectiva de un mañana feliz. Porque el hombre, ya lo dice Vargas Vilas, puede vivir y vive en la desventura, pero, no puede vivir sin la esperanza, porque el funda su existencia en esta y cuando esta se acaba, cuando ya no hay esperanza, el hombre pierde su sustento y ya es menos que una gota de lluvia en la tormenta.

Pero, ¿Responde esto nuestra pregunta?, ¿Existe el paraíso? Ante esto debemos decir que no es necesario que las cosas existan para que estas sean realidad. La realidad, en verdad, es más compleja de lo que se aprecia. Algo existe no porque tenga existencia objetiva, sino que existe porque alguien tiene conciencia de su existencia. De hecho, el mundo existe solo mientras yo viva, si muero, el mundo dejará de ser para mi, independiente de que para otros el mundo siga ahí. Entonces, hecha esta disquisición, concluimos que el paraíso, como todas las cosas, existen mientras haya hombres que crean en el. Ya que el paraíso existe en su conciencia aunque lo niegue su inteligencia. Ya que, para todos, en su secreto sentir, en su más recóndito anhelo, desea que este exista; porque sabe que si no existe, entonces toda su vida no tiene sentido, y no tiene más valor que la vida de un insecto o la existencia de una roca. Y créanme, se tiene que despreciarse mucho para pensar que es así. Porque, puesto a pensar, ¿cree usted que su vida vale más que la de una mosca?

martes, julio 07, 2009

Mi destino

Hoy, al dirigirme a mi trabajo, a mitad de camino encontré a mi destino. Simplemente ocurrió que me encontré con él, no es que lo hubiese buscado, si no que, como la mayoría de los sucesos, solamente ocurrió de improviso. No se puede decir que yo sea una persona particularmente interesada en mi destino, no, solamente que me lo encontré o mejor dicho: nos encontramos. Venia él apurado, me pareció que llevaba prisa. Yo que voy por la vida sin apuro, me detuve y lo saludé.

Mi destino pareció reconocerme, me saludó entre frio y afectivo, en realidad, no pude determinar si se alegraba o no de verme. El se detuvo a conversar un rato conmigo y como yo no he tenido mucho interés en él, no me mostré muy interesado en su charla; así es que enfrentado a mi destino, con cierta resignación me dispuse a conversar con él. Este, a veces, me pareció muy amable. Quiero decir que a ratos, mi destino se mostraba abiertamente amistoso, y seductor, me pareció un encantador de serpientes, o, una sirena, que, según dicen, seduce y confunde a los marineros que las escuchan hasta el punto de perderlos irremisiblemente. Me habló de los planes que tenia para el futuro, de lo esplendoroso que esperaba que este fuera, elucubró sobre una infinidad de temas y en tono declamatorio me invitó a seguirlo.

Y mientras estábamos en coloquio, mi destino se comenzó a mostrar francamente autoritario y avasallador, y por momentos me pareció que no me invitaba a seguirlo, sino, que por el contrario: me ordenaba seguirlo, como un Aníbal de mano de hierro ordenaba a su tropa, o como Moisés se hizo seguir por los judíos. Este aire imperioso de mi destino me disgustó, y por un momento estuve tentado de pedirle que cambiara de actitud y fuese más condescendiente, pero, no fue necesario, ya que este, pareció adivinar mis pensamientos y cambió de estrategia y en un tono paternalista me habló de las bondades de seguir mi destino sin reclamar. Me dijo que el negar mi destino conduciría a mi espíritu a la desdicha, y acarrearía penas a mi alma, al vivir eternamente renegando de mí sino.

Escuché su perorata en silencio, pero, dentro de mí una franca antipatía por mi destino comenzó a nacer y a crecer hasta que se transformó en aversión y luego en cólera, hasta el punto que lo increpe fuertemente y le hice ver de mala forma mi disconformidad con el, ya que considero que este no ha sido todo lo benigno que yo hubiera deseado que mi destino fuera conmigo. Mas, de inmediato me arrepentí, y cambié de actitud, a fin de evitar su ira, temiendo que en el futuro, en un acto de revancha, él fuera aun más duro conmigo. Le explique, a modo excusa, que no me encontraba enojado con él, que agradecía su deferencia al haberme dado momentos de franca dicha y le dije que comprendía y perdonaba los momentos de dolor que había vivido. Pero, el pareció adivinar que lo decía solo para agradarlo.

Y así, como dos amigos que se encuentran y que conversan solo porque en el pasado se compartieron momentos felices, intercambiamos una palabras más y después ya no había nada que hablar entre nosotros. Como en esos momentos, siempre incómodos, en donde los parlantes enmudecen y no saben cómo retomar el hilo de la conversación, así, nos encontramos mi destino y yo. Luego me dijo que estaba apurado, y que como todos los días, tenía que hacer algo urgente. Me explicó que lamentaba el no disponer de más tiempo para la charla, pero, qué otro día podríamos juntarnos a hablar sin apuro. Eso a mí me pareció una excusa para alejarse, y una forma de demostrar el escaso interés de el por mí, por lo que no quise hacer comentario alguno y tampoco hice ningún esfuerzo por retenerlo; nos despedimos sin efusión y lo deje marchar. Luego, rápido como venia cuando lo encontré, se alejó. No me invitó a seguirlo, más bien me pareció que se marchaba disgustado. En fin, esta actitud no me apenó sino más bien me desagrado, miré como se alejaba y pensativo y preocupado me dije que había perdido la oportunidad de conocer más a fondo a mi destino, me dije que debí haber sido más educado y comedido con él; que debí haberle dicho lo mucho que apreciaba todas sus deferencias hacia mí, en vez de mostrarme indiferente ya que es muy probable que no nos volvamos a encontrar y que andemos siempre separados.

Preocupado y levemente entristecido, decidí seguir mi propio camino. Si otro día vuelvo a encontrarme con él, indudablemente seré más condescendiente; si no, si nunca volvemos a vernos, si ya no nos encontramos jamás ¿Tendrá eso importancia? Al fin y al cabo, siempre hemos sido unos desconocidos ¿Porqué ahora debemos fingir que nos apreciamos?

domingo, junio 21, 2009

Los Zapatos


Anteayer, después de mucho tiempo, resolví que ya era hora de cambiar mis desgastados zapatos, por lo que decidí comprarme unos nuevos. Entré en una zapatería y sin muchos regodeos adquirí un calzado que me pareció adecuado. Me los puse y me calzaron de inmediato, parecían que fuesen hechos a mi medida. Salí, entonces, de la tienda con mis nuevos zapatos. Eran estos una delicia, mis pies parecían no necesitar hacer esfuerzo para caminar. Y me encontré caminando mas rápido que de costumbre y noté que este hecho no me cansaba. Mi caminar era ligero, liviano y placentero. Por lo que, después del medio día y mientras me dirigía a una cita de mi trabajo, en la calle de Solano, caminando rápido y ensimismado, me sucedió algo extraño. Levanté la cabeza y no pude reconocer el lugar donde me encontraba, perturbado y sin comprender como llegué ahí me detuve. Mire los edificios tratando de reconocerlos y luego, para ubicarme, decidí acercarme al la esquina para ver el letrero con el nombre de las calles. Llegue allá y pude constatar que me encontraba dos calles mas alejado de donde debiera estar. Entonces decidí sin más cavilaciones corregir el problema y caminar a la calle Solano, pero, pronto me vi caminado en sentido opuesto. Extrañado de esto, decidí volver mis pasos hacia donde debiera, pero nuevamente me encontré caminado en sentido contrario.
Contrariado por este hecho y viendo que se me hacia tarde, encaminé, ahora decididamente mis pasos a la calle correcta, pero, mis pies no me obedecieron y me encontré doblando por la avenida, alejándome de la calle a donde iba. Extrañado por el hecho de que mis pies no me siguieran, decidí sentarme un rato para analizar el caso. Me acerqué a un escaño y me senté, pero, pude observar que mis pies se movían aunque yo no quisiera. Tal como si se mandasen solos.
Extrañado del hecho de que mis pies tuvieran voluntad propia, me quedé lo mas quieto posible y rigidicé mis piernas, pero, mis pies volvieron a moverse.
Me pareció como si la gente se volviera a mirarme y este hecho me avergonzó, y pensé que seria ridículo ver a un hombre de mi edad sin poder manejar sus pies. Así es que decidí, mantenerme en movimiento.
Por lo tanto, me deje llevar por los zapatos, toda la tarde estuve vagando. Ajeno a los problemas cotidianos, pude dedicar la tarde a la contemplación y al ocio. Miré las vidrieras de los almacenes, la gente que caminaba presurosa, las palomas de la plaza, el bus repleto de gente, la guardia de palacio… en fin.
Y así transcurrió el día, hasta que llegó la noche, y no sabiendo donde me encontraba, y ya sin poder detenerme, seguí caminando, y llegó la aterida mañana, y me vio el amanecer pasar caminado rápido hacia otra ciudad. Luego vino el sol del medio día y me vio llegar las ciudad de la costa, luego llegó la otra noche, hasta que, hambriento y con sed y ya sin poder contenerme, me encamino ahora directo al mar, y no sé si podré caminar sobre el agua, solo sé que camino sin ser yo el que dirige mi andar. Y voy sumido en el dilema de volver a mis responsabilidades, seguir sin rumbo, sentarme en una piedra del camino, o volver al mullido calor de mi cama y descansar.
De pronto. Una idea cruza por mi mente, ¿Qué pasaría si me quito los Zapatos? A duras penas y luchando por mantener quietas mis piernas, me tiendo en el suelo y levanto los pies para que estos no puedan mover mi cuerpo, y pataleando como un gigantesco insecto, logro asir uno de los zapatos y después de un arduo trabajo, al fin puedo quitarlo de mis pies, lo dejo a un lado y de inmediato acometo la tarea de sacarme el otro, el que parece adivinar mis intenciones y se mueve furibundo. Logro, después de infinitos esfuerzos sujetar el zapato y por fin, de un tirón me lo saco. Mis pies, entonces, antes tan ligeros, parecen ahora pesar unas toneladas, los dejo caer en el suelo y largo rato estoy ahí tirado tratando de recuperar mi aliento,
Los zapatos parecen mirarme y por un momento creo que me acometerán dándome unas zapateadas, pero no es así, ellos se quedan tal como están, sin vida, inmóviles, cuales trastos viejos,
Mientras tanto, ya un poco mas recuperado, me siento, y me pongo a cavilar, mis pies pesan demasiado, y medito qué camino seguir o que acción tomar, en eso estoy varias horas, hasta que, al fin, he tomado una decisión.
Vuelvo entonces a ponerme los zapatos, los que se muestran ansiosos de salir a caminar, ¿a dónde? No lo sé, solos se que debo caminar. Siempre he creído que la vida es un largo deambular, por lo que ¿Qué mejor que ir por la vida caminado con un cómodo calzado? Y me nace una interrogante ¿Al final, tendrá importancia el lugar donde lleguemos?