1.-
En un Rincón ignorado
en las riberas del gran Yangtsé
Del plato del hambriento
emerge como una maldición.
Le ocultan los poderosos
porque ensucia sus límpidas caretas
Le acogen los miserables,
los eternos condenados.
A través de sus inspiraciones los matas
sus suspiros le trasladan y le multiplican.
Viene del oriente informan los científicos
Es un átomo de muerte, dicen los biólogos
Y ya es una mancha que crece y aterra.
A su paso gimen las mujeres,
lloran los jóvenes a sus muertos
Los estadísticos colorean sus mapas
para mostrarnos donde anida, crece y mata.
Los burócratas cuentan los cadáveres
nos muestran gráficos y planillas
Los médicos lloran sus impotencias
Los mandatarios ordenan
a los pueblos encerrarse
tal se encerró el pueblo de Israel
para evitar la furia de Yahvé
Se detienen las ciudades,
el ruido de las fábricas cesa,
Se cierran las puertas,
se separan los hombres
ya no se estrechan las manos
el abrazo se vuelve desalentado
y se abre un foso de desconfianza
Como Próspero, príncipe que habita
en la mente de un delirante
Que ante la Peste roja
se encierra en su gran castillo.
Así, ateridos, angustiados,
los hombres se recogen
la casa que acogía
ahora es una celda que constriñe
Tras los cristales contemplan
las calles desoladas
2.-
Y en el silencio impuesto por la peste,
el tiempo se deshace como pan viejo.
Ya no hay horas, hay esperas.
Ya no hay días, hay cifras.
Los relojes se tornan cómplices del encierro,
marcando no el paso, sino la repetición.
Los niños aprenden a temer el aire,
los ancianos a desconfiar del tacto.
El amor se vuelve sospechoso,
la cercanía, delito.
En las pantallas, los rostros se pixelan,
y la voz del otro llega como eco sin cuerpo.
El tedio se vuelve fila
Las compras una espera
El viaje un salvoconducto
Los muertos ya no se entierran con duelo,
sino con protocolos.
Y los vivos,
con mascarillas y guantes,
aprenden a mirar sin ver,
a guardar distancia
a hablar sin decir,
a vivir sin tocar.
Pero en los rincones,
donde la estadística no llega,
donde el mapa no colorea,
una mujer canta a sus muertos,
un perro espera a su amo,
un niño dibuja un sol en la ventana.
Y allí,
en lo mínimo, en lo que no se enumera,
el amor resiste; la esperanza vive
Las horas pasan; la vida sigue

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