lunes, agosto 25, 2025

La muerte oriental


 


1.-

En un Rincón ignorado

en las riberas del gran Yangtsé

Del plato del hambriento

emerge como una maldición.

Le ocultan los poderosos

porque ensucia sus límpidas caretas

Le acogen los miserables,

los eternos condenados.

A través de sus inspiraciones los matas

sus suspiros le trasladan y le multiplican.

 

Viene del oriente informan los científicos

Es un átomo de muerte, dicen los biólogos

Y ya es una mancha que crece y aterra.

A su paso gimen las mujeres,

lloran los jóvenes a sus muertos

 

Los estadísticos colorean sus mapas

para mostrarnos donde anida, crece y mata.

Los burócratas cuentan los cadáveres

nos muestran gráficos y planillas

Los médicos lloran sus impotencias

Los mandatarios ordenan

 a los pueblos encerrarse

tal se encerró el pueblo de Israel

para evitar la furia de Yahvé

 

Se detienen las ciudades,

el ruido de las fábricas cesa,

Se cierran las puertas,

se separan los hombres

ya no se estrechan las manos

el abrazo se vuelve desalentado

y se abre un foso de desconfianza

 

 

Como Próspero, príncipe que habita

en la mente de un delirante

Que ante la Peste roja

se encierra en su gran castillo.

Así, ateridos, angustiados,

los hombres se recogen

la casa que acogía

ahora es una celda que constriñe

Tras los cristales contemplan

 las calles desoladas

 

2.-

Y en el silencio impuesto por la peste,

 el tiempo se deshace como pan viejo.
Ya no hay horas, hay esperas.
Ya no hay días, hay cifras.
Los relojes se tornan cómplices del encierro,
marcando no el paso, sino la repetición.

Los niños aprenden a temer el aire,
los ancianos a desconfiar del tacto.
El amor se vuelve sospechoso,
la cercanía, delito.

En las pantallas, los rostros se pixelan,
y la voz del otro llega como eco sin cuerpo.

El tedio se vuelve fila

Las compras una espera

El viaje un salvoconducto
Los muertos ya no se entierran con duelo,

sino con protocolos.



Y los vivos,
con mascarillas y guantes,
aprenden a mirar sin ver,

a guardar distancia
a hablar sin decir,
a vivir sin tocar.

Pero en los rincones,
donde la estadística no llega,
donde el mapa no colorea,
una mujer canta a sus muertos,
un perro espera a su amo,
un niño dibuja un sol en la ventana.

Y allí,
en lo mínimo, en lo que no se enumera,
el amor resiste; la esperanza vive

Las horas pasan; la vida sigue

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