sábado, abril 05, 2008

Escasez de almas


En el Almacén General De Almas, el Jefe De Logística se pasea preocupado. Debido al aumento de la población, el stock de almas humanas nuevas y sin usar se encuentra en un nivel muy bajo; en el pasado, esto no había ocurrido, ya que con las continuas guerras, pestes, cataclismos y enfermedades la población no había aumentado hasta el nivel actual. Pero, ahora, debido a la creciente bonaza económica y un largo periodo de paz, la especie humana había crecido en forma casi exponencial bajando la cantidad de almas disponibles.

Si se considera que el número de almas a mantener en reserva fue casi constante durante los últimos milenios (un milenio es solo cosa de minutos en el cielo), el jefe de logística no se había preocupado de recuperar el surtido. Y eso le preocupaba, (siempre quiso dar la sensación de eficiencia y este descuido podría empañar su prestigio).

Y este descuido no era cosa menor, dado que el Departamento De Producción se demoraba varios milenios en fabricar almas nuevas. Era este un proceso lento y complejo, lo que sumado a que la fábrica de vida se encontraba atendiendo la creación de nuevos mundos en ignotos universos, y si añadimos que la mayoría de sus empleados habían sido derivados a esas tareas; la recuperación del stock de almas humanas en un corto tiempo seria algo muy difícil.

El Jefe De Logística sabia que siempre podría echar mano de las almas usadas ya que después de utilizada un alma, generalmente esta queda almacenada en un repositorio especial en la gran sección de almas usadas del almacén, en el largo proceso de des-impregnación siempre y cuando esta hubiera quedado relativamente en buen estado y no hubiera sufrido daño significativo durante su uso terrenal. De lo contrario, el alma usada es irreversiblemente desechada.

Pero, desde la sección “Nacimientos” le estaban llegando nuevas solicitudes de almas y el debía entregarlas a la brevedad si no quería entrar en conflicto con el jefe de esa sección, personaje mejor colocado que él en el complejo andamiaje jerárquico de El Cielo. Por tal motivo, y a regañadientes tomo el teléfono y decidió advertir al Gerente de Asuntos Terrenales lo que estaba sucediendo.

Era el gerente alguien curtido en toda clase de problemas, de temperamento calmo y frío y de carácter orientado a la acción por lo que decidió encarar el tema de inmediato citando a todos sus subalternos involucrados en el problema a fin de recabar información y tomar una decisión acertada.

Al mismo tiempo, sobre el puente ferroviario que cruza el río Traiguien a la entrada de la ciudad de Victoria, un hombre se lanzaba al vacío desde los 80 metros de altura del puente. Otto Tamm descendiente de madre suiza y padre alemán, decidió matarse después de considerar que su vida estaba llena de sufrimientos y que ya no valía la pena vivirla. En efecto, una serie de reveces, lo había llevado, primero, a perder a sus padres, y la mala administración de su heredad lo llevo a la ruina, hecho que causó que su mujer, de quien estaba profundamente enamorado, lo abandonara llevándose con ella a sus dos hijos. Y segundo, una larga y penosa enfermedad le roía sin piedad sus entrañas y le causaba insufrible dolor. Por tal motivo había caído en una profunda depresión; la que aumentó cuando sus amigos, (producto de su constante malhumor), uno a uno lo fueron dejando solo.
Por ello, Otto fue incubando una fría inquina contra la vida y contra Dios. Y ahora, después de largos años de sufrimiento, resentido y odiando profundamente la vida se lanzaba al vacío.

Mas allá, solo a unos cuatro kilómetros, el viejo doctor Ruiz, pediatra perpetuo del hospital de Victoria que atendía al poblado, ayudaba a dar a luz al hijo de Carmen; primeriza que, aterrada y dolorida, comenzaba con el trabajo de parto.

El Gerente, ya tenia una idea general de lo que estaba pasando y resolvió que estando este tema bajo el radio de acción de su cargo le correspondía darle solución y decidió darle un corte rápido. Prontamente desecho la alternativa de restringir la cantidad de nacimientos, aunque con ello bajaría la demanda de almas nuevas; también desechó la posibilidad de aumentar la mortalidad con lo que se dispondría de una gran cantidad de almas usadas, ya que esta solución solo la podría aplicar el nivel superior y estaba restringida su uso solo a Los Tiempos Finales. Decidió entonces trabajar en dos frentes, aumentando la producción de almas nuevas lo más velozmente posible, y haciendo uso de las almas ya utilizadas y en stock, ambas soluciones no del todo satisfactorias ya que cada una tenia sus inconvenientes; especialmente la ultima, ya que el reutilizar las almas usadas sin el necesario periodo de des-impregnación podría acarrear consecuencias impensadas, ya que si este periodo era demasiado corto el alma no se desharía de todos sus lastres traídos desde su vida terrenal.

Por eso, y ante el riesgo de que los seres humanos que estaban naciendo lo hicieran sin alma, lo que sería aun peor, y casi imposible de corregir en el futuro, decidió ordenar la disminución del periodo de des-impregnación de las almas. Y autorizó su uso con restricciones.

Ya sea que el memorando que recibió el Jefe de Logística estaba mal redactado, o este le dio una interpretacion errada, el asunto es que las almas usadas fueron reutilizadas casi sin periodo de des-impregnación.

En el preciso momento en que Otto Tamm, dio con su humanidad en el suelo y su alma abandono su cuerpo exánime, nacía el hijo de Carmen,

Otto no sabia donde estaba, las luces, la sangre, y su cuerpo (le pereció otro cuerpo). En Fin, todo a su alrededor estaba impregnado de vida. Abrió los ojos, se demoró unos instantes en reconocer el lugar. No había muerto, estaba vivo, lleno de esa vida que el odiaba y en el instante en que el presente de un alma se vuelve pasado y es olvidado, en un grito sobrehumano plasmó toda su decepción.

El grito del recién nacido asustó al viejo doctor Ruiz, el que estuvo a punto de soltar al niño, asustado y receloso creyó ver un destello de odio en la mirada del infante y cuando le auscultó la pupila pudo ver el cansancio vital de toda una vida en el fondo acuoso de esos ojos.

domingo, marzo 16, 2008

Un Hombre y Una Mujer



El hombre estaba cansado, fatigado por sus largas jornadas, y miró al cielo y pidió descanso.La mujer estaba sola, desamparada como una paloma perdida, y miró al cielo y pidió compañía.


Y en el cielo dijeron: Este hombre trabaja demasiado, démosle descanso.Y otros dijeron: esta mujer está muy sola, démosle compañía.


Entonces Dios dijo: Por Un día y sólo un día; Demos al hombre una mujer que lo haga descansar y demos a la mujer un hombre que la haga sentir protegida.


Y en el cielo todos asintieron complacidos.


Y una mañana, de un claro diciembre, el hombre y la mujer cruzaron su camino, y Dios les dio un día soleado y mar en calma. Y ordenó al Amor que les arrullara. Y el hombre, a orillas del mar, descansó en los brazos de la mujer y la mujer acurrucada en los brazos del hombre por fin se sintió protegida y dejó de estar sola. Y al medio día el hombre y la mujer estaban felices.


Y en el cielo todos se regocijaron.


En la tarde, cuando el día comenzó a morir. Y el sol tiño de rojo, de naranja y de amarillo las aguas del mar. El hombre soltó de sus brazos a la mujer y ella soltó su mano de la del hombre.Y el hombre se miró en los claros ojos de la mujer y dio las gracias. Y la mujer se reflejó en la mirada del hombre y agradeció. Y, ante la inevitable separación, ambos quisieron permanecer juntos…


Pero, el amo del tiempo apuró su reloj. Y cuando la noche llegó, el hombre y la mujer, sintiendo una enorme desazón, mirando hacia atrás; se alejaron, y cuando las estrellas temblorosas poblaron con su tristeza el negro cielo, vieron que el hombre y la mujer lloraron.


Y entonces en el cielo todos guardaron silencio

viernes, marzo 14, 2008

Un Amor Por Internet


Paola Urquiza; mujer ya mayor y con dos hijos a cuestas, un matrimonio en ruinas y una vida de soledad, adquirió la extraña costumbre de visitar las salas de charlas que existen en la Internet, e hizo de esta costumbre un hábito, casi un vicio; se levantaba y al despertar revisaba su correo y su Messenger y se quedaba a la espera de que cualquiera de sus numerosos contactos le hiciera un guiño invitándola a una charla. Y así; mientras cocinaba, o hacía el aseo, estaba pendiente del llamado de su PC.

Una noche, en que ninguno de sus conocidos le llamo, y sintiéndose más sola que de costumbre, entró a una sala de charla de las tantas que ella visitaba y de pronto alguien le llamo la atención. Ella ya conocía los distintos especimenes que pululan por la red y evitaba a los groseros o demasiado atrevidos, pero, este desconocido escribía de otro modo, un poco mas pulcro, de frases más cuidadas, a ella, eso le pareció muy extraño y despertó su curiosidad, por eso, cuando en su pantalla le preguntaron, ¿Cómo se verá el sol filtrado por tu pelo? Se estremeció de emoción.

Y después, en el transcurso de la charla ella creyó que por fin alguien se había fijado en ella, y su mente tejió fantasías, y sin darse cuenta, al transcurso de la parrafada, horas después, las fantasías se transformaron en ilusiones. Por eso, antes de cerrar la ventana de charla le dio su E-mail al desconocido, con la secreta esperanza de volver a encontrarlo.

Días después, y cuando ya había olvidado la tertulia, inesperadamente, el desconocido volvió a aparecerse, y le extraño el alegrase de ese reencuentro Y siguieron charlando, por varios días, hasta que en un arranque de osadía ella le propuso una cita para conocerse y él aceptó.

Mientras se dirigía a su cita, Paola pensaba que ese encuentro seria como ella tendía a decir “una ralla en el agua”, un encuentro que no dejaría huella, que sería olvidable, como muchos que ya a sus años había tenido.

Al llegar vio que la esperaba un hombre diferente a lo que se había imaginado, y no se acercaba al estereotipo de amante forjado en sus fantasías, pero, cuando este se acercó y le habló, le pareció que conocía a ese hombre de toda la vida, por lo que lo saludó como se saluda a quien hace tiempo no se ve, y se sintió confiada, segura, tranquila… Raúl era un hombre de cincuenta años, algo calvo y con una pequeña barriga que denotaba su buen pasar, alegre, conversador, atento, con dinero y... casado; ella, aficionada a la música, pensó que este era, como dice la canción, el hombre perfecto.

Por eso, En diciembre, cuando el sol quema con mayor intensidad las arenas de la playa y se refleja en el enorme espejo de agua salada y el día es una vorágine de luz, agua y color, ella conoció el amor. Si, a sus cuarenta y siete años vino a conocer ese extraño sentimiento. Por supuesto no lo supo de inmediato, sino hasta pasado varios días y tras recordar y analizar, varias veces, lo sucedido aquel día.

Se volvieron a encontrar en varias ocasiones, hasta que, por imposibilidad de él, dejaron de verse.

Ella sintiéndose extrañamente sola, anhelaba volver a vivir aquel corto periodo de tiempo que duró la relación con este desconocido, y ¡valla que era desconocido!, ya que ella ni siquiera preguntó su nombre. Solo se quedó con un escueto Raúl.

Pero, Raúl ya no venia, solo le hablaba por la red, y cada noche, ella leía sus ardientes palabras, sus mentirosas promesas, y así. Pasó el tiempo, a cada tanto, el aparecía en su Messenger y ella se alegraba; y cuando charlaban, ella: reía, lloraba, se enojaba y soñaba. Ella nunca sabría si Raúl la amaba o le mentía, pero, sus dulces palabras eran un bálsamo para su alma; él le escribía: “Eres mi rinconcito del paraíso”, “Mi pedazo de cielo”, “Mi Calma, mi remanso” y ella emocionada, lloraba; en otras ocasiones el le enviaba canciones y al escucharlas, ella se enternecía y se sentía aun mas enamorada.

De a poco fue cayendo en la cuenta que lo amaba, al punto de anhelar y soñar con vehemencia los momentos ya vividos. Pero, como dije, Raúl no venia y ya ni siquiera le escribía a su correo. Paola, atrapada en un matrimonio sin futuro, con hijos que no la consideraban, y como varias veces lo dijo: “de remate con un amor imposible” lentamente, fue cayendo en una depresión, sentía que no la valoraban, que la abandonaban y su único consuelo eran las escasas horas que charlaba con Raúl y ahora, al alejarse éste, ya ni siquiera tenía ese conforte.

Meses estuvo en esta condición, deprimida, abatida y sin esperanza, y cuando ya estaba apunto del derrumbe, en un arranque de lucidez, decidió hacer caso a su desconocido amante y buscó trabajo. Esto la salvó, ya que ocupada como estaba en otros menesteres, ya dejó de derivar en Internet y el tiempo, con su paso implacable, tiño de olvido la figura de su amante y, quedamente, su recuerdo dejó de dolerle hasta el punto de recordarle con nostalgia, ya sin pena, y sin dolor. Y ahora la vemos, ya olvidada de ese triste momento, (sin embargo, ella siempre piensa que fue unos de los pasajes mas felices de su vida) con nuevos bríos, embarcada en nuevos planes, comenzando una nueva vida.

Siempre recuerda ese amor y a veces, solo a veces, abre su Messenger con el escondido anhelo de encontrar a su Raúl.

lunes, febrero 18, 2008

Melodia inmortal

Mientras escucho la melodía “Enmanuelle” con Fausto Papetti al saxo, me pregunto ¿Qué es lo mágico de estas melodías? ¿Que hace que se desencadenen las emociones, se atropellen los sentimientos y se conviertan en una lagrima? Y me respondo: su simpleza. Todas tienen un tema principal y los instrumentos solo van dando una variante del mismo tema. Yo no soy experto en música y no pretendo hacer de estas disquisiciones un ensayo musical. No, nada de eso, solamente trato de entender porqué un sonido produce esa reacción. Dejaré el estudio químico de cómo un sentimiento, que es algo abstracto, se materializa en una lágrima, que es algo concreto. Para concentrarme en algo aun más abstracto o tal vez más absurdo.

Si yo fuera un compositor, si pudiera conjugar las notas, como el prestigiador juega con las palomas, trataría de componer una canción que fuera todas las canciones. Una canción tan triste que te haga sentir la urgencia de una sirena, el desamparo de un amor que se queda en la estación; la tristeza de una tarde de otoño vista a través de las hojas que caen y mueren. Y al mismo tiempo tan alegre, que te llene de euforia, como una droga, como el vino. Como la noticia sensacional que recibes y solo tú conoces. Como cuando te dicen que aquel hijo que tú amas se ha salvado y ya no morirá. Pero, al mismo tiempo, la canción debe recordarte la serenidad de una tarde de verano, lenta y calcinante, en que nada se mueve y todo reposa. Y deberá recordarte los sonidos de la noche, el ruido inquietante de los grillos, y también la soledad de una cama vacía y eternamente a tu lado, Una canción, que inflame tu pecho, te haga empuñar un arma y te vayas al frente de batalla, una canción que te haga ver el dolor de los demás, y te embarques en una cruzada por la paz, en fin, una canción tan sublime que sea todas las canciones, todas las notas, todos los sonidos, que haga brotar todos los sentimientos, todas las emociones, toda la humanidad, todo el imposible inscrito en una canción.

Y me pregunto, ¿es posible esta melodía? Y me respondo: sí. La vivimos a diario, está sonando cada día, cada segundo que pasa la escuchamos, solo que estamos inmersos en su sonido, pero, si fuéramos capaz de escapar, como el naufrago que llega a la playa y contempla desde la altura el mar que estuvo a punto de ahogarlo; Veríamos la cosa diferente, veríamos que esta melodía está presente cada día. Somos parte de ella. Está en cada cosa. En cada flor, en cada niño, en cada anciano. En cada risa, en cada llanto, en los gritos, en la furia, en el abrazo, en la puñalada, en la caricia. Está sonando, siempre presente, eterna. Está en todos nosotros, en el conjunto de nosotros, está; en fin, en la humanidad.

Si fuéramos mas allá, si nos atreviéramos a dejar nuestro yo, nuestro tú, nuestro nosotros, veríamos que esta canción solo puede ser compuesta por el que nos enseño o mejor dicho, nos dio cada nota, cada sonido, cada eco, cada ruido, en fin; si fuera un creyente diría que esta música la compone cada día Dios. Quien nos da vida, Y si no lo es, la compone la naturaleza y la entona la vida. Pero, no podrá negar que existe, está ahí, sonando, cada día, sempiterna. Y como un hombre tiene que tomar partido, creo que esta música solo es capaz de componerla el Creador de todas las cosas, el que da vida y permite que la vida se renueve a sí misma.

Más adelante, en otra ocasión, cuando sienta de nuevo esta música, cuando compare a Francis Lay y Papetti, cuando el pisco sour suelte mis ataduras, cuando la soledad se haga insoportable hasta el punto de estar a punto de dejar de escuchar la música de la vida retomare este tema y pensaré en el.

Gracias a la música: ABBA

domingo, febrero 17, 2008

Encuentro Conmigo




Hoy me crucé en el camino conmigo mismo… y no me reconocí.

Iba, como todos los días, ensimismado en mis pensamientos, absorto en mis abstracciones, cuando —al igual que el día anterior— me topé conmigo. Confieso que este cruce es habitual, casi siempre en la misma esquina. He llegado a pensar que debo tener un horario parecido al mío, porque siempre, a la misma hora y en el mismo lugar, me encuentro.

Declaro que normalmente no miro a la gente al pasar, costumbre que mi mujer reprocha, ya que en muchas ocasiones me he cruzado con ella en la calle y ni siquiera la saludo. Tan absorto voy en mis elucubraciones que no miro a nadie; y no se crea que soy un engreído (aunque la gente que no me conoce muy bien cree que es así). ¡Cuán equivocadas están! Nada más alejado de ello. Me considero una persona modesta y atenta con los demás.

Generalmente cruzo conmigo una mirada leve, corta, y una inclinación de cabeza. Eso es suficiente para mí. Me digo que es bueno que me reconozca, y es bueno ser reconocido. Y como el encuentro es temprano por la mañana, eso me alegra el día.

Pero hoy pasé de largo y sin mirarme (¡y eso que casi choqué conmigo y tuve que hacerme ligeramente a un lado!). Esa actitud de mí me extrañó. Me detuve y volteé la cabeza con la secreta esperanza de que me reconocería y me daría vuelta para saludarme, pero no fue así. Contemplé mi espalda alejarse. Me vi alejarme de mí con paso rápido, la cabeza levantada, más erguida que de costumbre (normalmente miro el piso cuando camino). Me pareció ver en mi actitud un gesto despectivo para conmigo. Largo rato estuve contemplándome hasta que doblé la esquina y ya no pude verme.

Entonces me hice un sinfín de preguntas: ¿En qué iría pensando que no me reconocí? ¿Me estaré olvidando de mí o ya no me intereso en mí? ¿Tanto habré cambiado que ya no me reconozco? ¿O simplemente ya no quiero reconocerme?

Estas interrogantes me pusieron triste y comencé a sentirme desamparado. Como ese hombre que se encuentra con un viejo amigo y este ni siquiera lo saluda, o como el niño que se encuentra con su madre y esta no lo levanta en brazos. Así comencé a sentirme.

Pero después me dije: no, lo que pasó es sólo circunstancial. Probablemente mañana, cuando me cruce conmigo nuevamente, seré más efusivo. Es probable que hasta me detenga, me pida excusas y hasta converse conmigo por unos minutos. Esta eventualidad me llenó de euforia.

Mas, unos segundos después, me asaltó la duda: ¿Y si ya no quisiera verme de nuevo? ¿Y si no me vuelvo a cruzar conmigo nunca más? ¿Y si decido cambiar de rumbo solo para no verme?

Me entretuve entre la posibilidad de salir tras de mí… o dejarme ir. Finalmente, opté por quedarme donde estaba. Y fui cruel conmigo. Me dije que, si quería huir de mí, ese era mi problema, no el mío. Si ya no me quiero ver —probablemente debido a mis culpas o a mis fracasos— ese no es mi problema.

Yo estaré aquí, sin cambios, inalterable como una estatua, siempre inmóvil, siempre fría, contemplando el paisaje o mirando sin mirar. Pero sin huir.

Considero una cobardía huir de mí, más aún si yo no me he hecho nada malo. Es más: me gustaba encontrarme conmigo cada mañana. Por eso, ese gesto que quise adivinar en mi actitud, considero que no viene al caso.

Contemplé un rato la calle, como queriendo comprender algo… como el hombre que contempla cómo se aleja un amor. Y luego, sin remordimiento, me mandé al diablo a mí mismo… y seguí mi camino.


martes, enero 15, 2008

Cervero


Despierto, miro a mí alrededor, estoy acostado. La pieza donde me encuentro es pobre, paupérrima, al punto que la casa ya no tiene paredes y el techo, el que hace ya tiempo se derrumbó, permite ver el cielo. Mi cama, sola, es el único mueble de esta mísera habitación.

Es atardecer, y el cielo está pintado de un agresivo rojo-gris-amarillo. Se siente soplar el viento que precede a la lluvia; Puedo ver, por el hueco de la ventana ya sin vidrios, un viejo roble que se mueve debido al ventarrón. Estoy contemplando el lóbrego atardecer cuando aparece un perro, es grande, más grande de lo normal, envejecido, de pelo tieso, ralo y ya canoso. Su fiera mirada busca con ansiedad y en su frenética exploración revuelve como un torbellino, el cuarto donde estoy.

Mi mascota, un enorme pastor alemán se le cruza en su camino, con la evidente intención de detenerlo. Los comparo y mi perro parece un enano ante este can. La bestia lo mira con ira y le muestra su fiera dentadura; mi perro retrocede acobardado. Yo, desde mi cama contemplo la acción y comprendo el miedo de mi perro al ver a este otro animal emergido, a mí entender, del mismísimo infierno.

El perro me observa, de sus fauces cae una fea baba, la que escurre hasta el suelo, lo enfrento sin temor, el perro no parece fijarse en mí y unos instantes después, parece decepcionado de la búsqueda, da la media vuelta y se marcha, pero… al llegar a la puerta parece acordarse de algo, gira y me mira.

Me reconoce, con su mirada, parece hablar y decirme –a usted lo busco- En sus ojos no hay odio, sólo una profunda determinación parece embargarlo. Al observarlo deduzco que me busca por mis pecados ya en algún lugar juzgados, y, condenado, me viene a buscar. Me muestra sus enormes colmillos y gruñe con un ruido que parece de otro mundo. Por unos instantes nos contemplamos, y de un brinco titánico, se abalanza sobre mí…

jueves, enero 10, 2008

Tiempo

Siempre hay tiempo, cuando hay tiempo,

Tiempo que escasea y sobra

Si es que aun es tiempo,

Entonces, detengamos el tiempo


Y demos tiempo al amor

Tiempo para amarnos

Y en nuestro amor

Dejemos correr, lento el tiempo


Cuando ya es tarde,

¡Cómo corre el tiempo¡

¿Nos alcanzara el tiempo

Para amarnos?


Amor, Alcanzaremos al tiempo

O moriremos en el intento

Y nos amaremos, sin prisa

Matando el tiempo


Tarde en el tiempo llegaste a mi tiempo

Como una brisa del buen tiempo

Y ahora te marchas lejana,

Distante, en espacio y tiempo


Cuando se acabe nuestro amor

Al final de nuestro tiempo,

Cuando el amor se haya ido

Ya no habrá tiempo

lunes, junio 25, 2007

El Temblor

De a poco, Lejana, despacio, apenas perceptible, siento una suave agitación, un rumor, una vibración. Primero: leve, luego más intensa, más ruidosa. De a poco, saliendo de la somnolencia como un recién sedado, negándome a abandonar el mundo de los sueños, abro los ojos, escucho, me estiro, bostezo, me desperezo. Mis pensamientos, como los pesados carros de un tren comienzan a formarse y lentamente comienzo a despertar.

La noche me impide ver, el desasosiego que me despierta se torna en inquietud, intento ver a través del manto de oscuridad que me rodea. Escucho: un profundo sonido parece venir de todos lados y no logro identificar de donde proviene; la vibración aumenta y siento casi una sacudida. Dentro de mi adormilado cerebro se dispara una alarma, todos mis músculos se tensan, me quedo muy quieto, escucho, mi corazón se acelera…

Un temor atávico se ha transformado en pánico. Me bajo de un salto de la cama y busco el interruptor de la lámpara. No la encuentro, me parece que la cama, la pieza todo se ha trastocado, a tientas busco la salida. Ahora el ruido está en todos lados, el piso se mueve, las paredes vibran. Todo mi ser se prepara para la huida. Me acuerdo de mis hijos, tratos de avisarles. Y grito: Temblor.

En mi escape siento que tropiezo con bultos desconocidos. Veo una luz que me parece la ventana, voy hacia ella…

De pronto: escucho unas voces. Alguien que reclama.

¿Qué le pasa hombre? –Me pregunta una voz en la oscuridad.

Quédese tranquilo- Ordena otra voz.

Unos instantes después. Se enciende la luz. Miro a mí alrededor y comprendo. Estoy en un bus. Y varios pares de ojos irritados por el alboroto causado me miran con desaprobación.

Anonadado, tratando de reponerme del susto, me siento, me agacho, y al rato, avergonzado aún, pero ya completamente calmado, arrullado por el ronco ruido del motor, trato de volver a dormir cuando el chofer vuelve a apagar las luces.

martes, mayo 22, 2007

Morir de amor

Ella lo amaba; él a ella también. Ella deseaba que él solo se fijase en ella; él solo tenía

Ojos para ella. Ella se sentía morir por el; él daba la vida por ella.

El y ella se habían conocido un día de mayo en que las lluvias eran suaves y desde ese día, como los rieles del tren, sus vidas comenzaron a correr por la misma vía. El junto a ella sin separase jamás, pero, sin unirse nunca.

Ella quería que esa distancia se hiciera mas corta, ella quería ser una con él.

Ella sentía que existía una distancia

Ella lo amaba, pero, nunca creyó en el. Ella pensaba que el no la amaba. Ella pensaba que el se iría. Ella pensaba que en algún lugar sus vidas se separarían. El no pensaba alejarse. El quería quedarse. El sentía que no le creían, el la amaba más para que le creyera.

Ella quería que el sólo la amase a ella. El sólo podía amarla. Ella pensó que eso no era suficiente y quería aun más. Ella lo amaba inmensamente. El la amaba intensamente.

Y ella dijo: Quiero que él me ame con toda su alma y daría la vida por ello.

El hado, que escuchaba escondido tras un seto, decidió hacer cierto su deseo.

El la amaba más y en la piel de ella, en su blanca tez, apareció un pliegue.

El la amaba más y ella aun creía que era poco.

El la amaba más y el notó en el pelo de ella una blanca mancha.

A medida que el más la amaba ella más envejecía.

El sintió una infinita pena al ver que ella moría. Y en ese momento la amó aun más.

Ella comenzó a morir. Y al morir no se sintió amada.

El pasajero de al lado

Debido a mi trabajo tengo que trasladarme a menudo y generalmente lo hago en bus. Debo decir que no me gusta viajar mucho, no porque no me agrade el conocer nuevos lugares y paisajes, sino por la incomodidad del traslado. Además, tengo cierta aversión a entablar conversación y tendencia al aislamiento. Por lo tanto, cuando me subo al bus, trato de no mirar a nadie y pongo cara de huraño con la secreta esperanza de que el asiento de al lado quede desocupado. Confieso que a vece me resulta esta estrategia y la gente que me mira prefiere buscar otro lugar; pero, la mayoría de las veces el bus va lleno y no me queda mas remedio que soportar la compañía de mi desconocido vecino. A veces me siento sociable y puedo intercambiar con el pasajero de al lado una que otra palabra de buena crianza. Nunca una conversación larga.

Por eso, cuando mi vecino de asiento, me preguntó hacia donde iba- con el manifiesto interés de entablar conversación- no le presté mucha atención y con una displicente respuesta le dije que a Victoria.

-Yo voy a Mulchén – me dijo

Y añadió,

-Le digo adiós a Santiago y espero no volver.

El bus, muy lentamente, comenzó a abandonar el Terminal. Mi vecino se acomodó en su asiento y yo miré con despreocupación la gente que se quedaba en el andén. Luego, el bus fue serpenteado por las callejuelas hasta llegar a la carretera.

-Yo viví cerca de aquí, en el paradero 18 – me dijo el desconocido cuando cruzamos Departamental y, sin que le preguntara, añadió:

-En unos departamentos que están en El llano.

Yo guardé silencio. Al llegar a San Bernardo, después de haber mostrado nuestros pasajes al auxiliar. Mi vecino se incorporó. Saco del maletero una botella de pisco y unos vasos.

-¿Se sirve?-E insistió- Sírvase nomás.

Algo en el tono de su voz me llamó la atención y despertó en mí cierta curiosidad.

Quise oponerme, pero, tal fue su insistencia y pese a que no bebo con frecuencia, a regañadientes, acepté.

Resultó que el hombre era de Mulchen. Nacido y criado a orillas del río que bordea la ciudad. Y que, habiéndose casado joven, decidió viajar a santiago en busca de mejores soles y ahora volvía derrotado.

Siendo este un individuo joven de unos 25 a 27 años. Sus ademanes denotaban cierto aire sureño; tenía, eso si, cierta seguridad en sus gestos, de la que carece la gente del sur; probablemente adquirida en el constante roce con sus colegas capitalinos mas agresivos. Su estadía en la capital había permeado su lenguaje y lo había contaminado con el acento y dichos propios del hablar de la gente de la población de Santiago.

A todo esto, el bus quedó totalmente a oscuras. Y solo se escuchaba el susurro de los pasajeros insomnes, amortiguados por el ronronear del motor, que al igual que nosotros cuchicheaban en voz baja.

Y habló, primero de temas banales y después, de cosas más personales.

Yo lo escuché, al principio con indiferencia luego con más atención y al final con franco interés.

Y dijo:

“Me vine a santiago, recién casado, con la esperanza de encontrar una pega que me permitiera progresar; por un tiempo viví en la casa de unos tíos. Logré encontrar trabajo en una panadería y mi mujer en un supermercado. Luego, arrendamos una pieza, era chica, pero no nos importó. Teníamos algo que nos impulsaba. Creo que era el amor; yo la amaba y ella también me quería.”

Su voz se hizo más densa. Los recuerdos atenazaron su garganta. Se bebió un trago como para aclarar la voz y prosiguió.

“El pan, como usted sabe, se hace de noche y se entrega de madrugada, por lo que mi jornada era mayormente nocturna. Mi mujer trabajaba en el día más de doce horas, los supermercados no cierran el fin de semana, por lo que no nos veíamos mucho. Eso, al contrario de minar nuestra relación nos hizo estrecharnos aun más. Compartíamos escasamente algunas horas los días domingo en que ella no trabajaba y yo tenía el día libre.

Con el paso del tiempo, mi mujer quedó embarazada, no cabíamos en nosotros de felicidad. Yo soy de los hombres que cree que uno no está completo hasta que no tiene un hijo. Por eso, decidimos postular a un subsidio y comprar un departamento de los que entrega el estado. Postulamos y nos fue bien. Nos dieron uno bastante central, ahí, en el paradero 18 de Gran Avenida.”

“Luego nació nuestra hija, y cuando todo comenzaba a ir bien. Una tarde mientras mi mujer estaba de pie con la niña en brazos esperando una micro. Un camión descontrolado salio de la calle, se subió a la vereda, atropelló a varias personas, entre ellas a mi mujer.”

Se bebió otro trago.

“Cuando llegué al hospital, la niña ya había muerto; mi mujer aun estaba viva. Quise entrar a verla; pero, me lo impidieron. Tras unas horas de agonía mi mujer falleció.”

La luz de la luna penetró por la ventana e iluminó su rostro prematuramente envejecido y en el brillo de sus ojos humedecidos por la emoción puede captar su pena.

“En esas horas, cuando ella se debatía en su agonía, yo rogué a Dios y le supliqué que no se la llevara. Pero, todo fue en vano. Dentro de mi dolor creo que no sentí pena sino rabia y si lloré fue de impotencia. En ese momento odié a Dios; Pero, a Dios no se le preguntan las razones si no que no queda más que acatar sus decisiones.”

Yo no dije nada. Le pedí que llenara mi vaso y me lo bebí de un sorbo.