martes, agosto 12, 2025

Estacion

 

Las estaciones son los lugares en los que Crono se detiene a descansar.

Tienen el aspecto de una siesta estival.
Olor a pretérito.
Pasado remoto en su quietud absorta.
Sombras de errantes pasajeros extraviados en el tiempo.

En sus muros están inscritos sueños de pasajeros volátiles.
En sus pisos, huellas de baúles de ilusiones.
En su atmósfera, un aire de tristeza.

Manos que se agitan en un adiós perpetuo.
Miradas que atraviesan las lágrimas de los que se alejan.

Las banquetas, cansada
s de soportar desilusiones

tienen un aire abatido

Recuerdan  susurros de mentirosas promesas

Cargan el peso impaciente de la espera inútil

 

La ontología de la espera: el animal que me recibe


Epígrafe:
“Si no hay nadie que te espere, tu derecho a decir yo existo, tambalea.” —


Ser esperado: la afirmación silenciosa del yo

Hay gestos que sostienen la existencia sin palabras. Ser esperado es uno de ellos. No por cortesía ni por deber, sino por afecto. Ser esperado es ser reconocido en la ausencia, es tener un lugar que se prepara para tu llegada. En ese gesto mínimo —la espera— se juega una afirmación ontológica: alguien me espera, por tanto, existo.

Cuando no hay nadie que aguarde tu regreso, el mundo se vuelve plano, indiferente. La puerta que se abre no tiene eco. El yo, sin testigo, se tambalea. Es ahí donde la mascota aparece no como simple compañía, sino como garante afectivo de la existencia.

La recepción: ritual doméstico de reconocimiento

El animal que corre hacia la puerta, que maúlla desde la ventana, que mueve la cola al escuchar tus pasos, no está haciendo un acto de cortesía. Está reinstalando el vínculo. Está diciendo, sin palabras: tu presencia tiene sentido para mí.

Ese ritual doméstico —la recepción— es una ceremonia silenciosa que sostiene al sujeto en el mundo. No importa si el día fue exitoso o miserable: hay alguien que te espera. Y ese alguien, aunque no humano, te devuelve al centro de tu propia historia.

La mascota como escudo contra la hostilidad

Las mascotas no llenan un vacío: lo hacen habitable. No reemplazan vínculos humanos, pero sostienen el yo cuando los vínculos humanos fallan. Son testigos sin juicio, presencias sin exigencia, afectos sin regaños.

En el caso del soltero que cría gatos, no hay sustitución de hijos, sino reafirmación del derecho a cuidar, a ser útil, a estar presente. El acto de alimentar, de nombrar, de esperar junto al animal, es una forma de decir: aún estoy aquí, aún merezco estar.

El animal que me recibe

Tal vez no sea exagerado decir que la mascota es el escudo contra la hostilidad estructural. En un mundo que exige logros, validaciones, contratos, el animal que te espera en casa te devuelve a lo esencial: el derecho a ser sin tener que demostrar.

Y así, cada vez que la puerta se abre y hay alguien —aunque sea un gato silencioso o un perro inquieto— que te recibe, el yo se afirma. No por lo que ha hecho, sino por lo que significa.
Porque si no hay nadie que te espere, tu derecho a decir yo existo, tambalea.

La memoria que espera

La espera de las mascotas no es solo una rutina doméstica. Es una recreación silenciosa del retorno a casa, del abrazo de los hijos, del saludo amable de la esposa, de la voz que decía “ya llegaste”. Esa espera le daba sentido a tu existencia. Quienes te esperaban eran los motivos que te hacían resistir. Persistir.

Cuando ya no están —porque se han ido, porque la vida los ha desplazado o la muerte los ha llevado—, las mascotas devuelven ese sentido, aunque no sea del todo consciente. No reemplazan, pero reinstalan el gesto. Te esperan. Y en esa espera, te dan el valor para seguir reafirmándote, para seguir diciendo “yo estoy aquí”, aunque el mundo ya no lo celebre.

La mascota, entonces, no es solo compañía: es memoria afectiva, es eco del amor que alguna vez te sostuvo, es testigo de tu persistencia.

 

 


jueves, agosto 07, 2025

La dignidad de lo inconcluso

 


¿Dónde se encuentra la belleza de las cosas? ¿A que atributo le asignamos belleza? ¿Está en su  armonía, equilibrio y proporción, o está en lo incompleto, lo efímero, lo imperfecto?

En Santiago, en la esquina de Arturo Prat  con Santa Isabel, se alza majestuosa la parroquia del Sagrado Sacramento. Es un edificio inconcluso. Su fachada principal, revestida con estucos, conserva una cierta dignidad, pero el resto del cuerpo revela el concreto desnudo, ya atacado por el paso del tiempo. Aún se aprecian las huellas de la madera usada en los moldajes de la estructura, como cicatrices de un proceso detenido.

Es una obra inacabada, como si le faltase la piel, como si estuviese desnuda ante la intemperie. El musgo y el humo de los vehículos han ennegrecido sus pilares, columnas y arabescos, dándole un aire de abandono, de digna pobreza, de resignada quietud.

La iglesia funda su cripta varios metros bajo el nivel de la calzada, como si el arquitecto hubiera querido erigirla desde las profundidades del suelo. La observé largo rato. Me pareció que tiene la solemnidad de los rezos, el silencio de las oraciones. Probablemente, el edificio no se terminó porque fue un proyecto superior a las fuerzas de sus promotores, y el escaso interés de sus mecenas los dejó sin financiamiento. Así se alza, inconclusa, como mudo testigo del carácter chileno que tiende a la procrastinación. Como un cántico al “lo haré mañana”

La sacristía, el altar y la gran sala están terminados, y en ellos se celebran las ceremonias litúrgicas habituales. Contrasta la modestia exterior con la magnificencia interior: columnas corintias, enormes arcos, lozas gastadas por el paso de miles de pies peregrinantes. Todo ello le confiere un aire de solemne fastuosidad.

Mientras la contemplaba, pensé que hay belleza incluso en lo inconcluso. Recordé tambien esos edificios que decoran sus fachadas con gárgolas góticas: seres deformes, algunos pensativos, otros agresivos, otros que parecen vigilar el tiempo. Hay algo de belleza en su deformidad, algo de dignidad en su persistencia.

Y no pude evitar comparar esas obras con los grafitis. Reconozco que algunos tienen belleza en sus combinaciones de colores, otros en sus mensajes escritos. Pero siempre llevan un aire de protesta, un mensaje oculto de rebeldía. Sin embargo, muchos grafitis —lamentablemente la mayoría— tiñen la ciudad de oscuridad, con colores mal combinados, como si en vez de buscar lo bello se buscara lo feo.

Quizás el grafitero vive una contradicción: buscar lo bello no en lo inconcluso, ni en el mensaje, ni en la deformidad, sino en la fealdad misma. Y cuando no hay belleza, el mensaje se diluye. La protesta se pierde. Lo que queda es una mancha sucia y triste en los muros de la ciudad.

Hay formas que, aunque incompletas o deformes, resisten con dignidad. Pero cuando la forma se abandona por completo, el mensaje se desvanece, y lo que queda es solo ruido sobre el muro.


miércoles, agosto 06, 2025

Equilibrio

 

Capítulo XIII: Equilibrio

La tregua estructural entre forma y presión

13.1 El equilibrio como suspensión del colapso

El equilibrio no elimina la hostilidad: la contiene sin resolverla.

  • Es una forma que ha aprendido a negociar con la presión.
  • No hay paz: hay tregua estructural.
  • El equilibrio es una forma que no colapsa, pero tampoco descansa.

El equilibrio no es ausencia de tensión: es su administración.

Ejemplo:

  • Un ecosistema en equilibrio no está libre de hostilidad: está en constante ajuste entre depredación, reproducción y escasez.

13.2 El equilibrio como arquitectura de tensiones

Toda forma equilibrada es una estructura de tensiones compensadas.

  • La presión no desaparece: se redistribuye estratégicamente.
  • El equilibrio es una ingeniería de fricciones.
  • La forma se sostiene porque las tensiones se anulan mutuamente.

El equilibrio es una escultura de fuerzas opuestas que no se destruyen.

Ejemplo:

  • Un puente colgante se mantiene porque las tensiones entre gravedad y tensión están perfectamente calibradas.

13.3 El equilibrio como forma vigilante

El equilibrio exige vigilancia constante. Basta una alteración mínima para que la forma colapse.

  • La forma equilibrada vive en estado de alerta estructural.
  • No hay relajación: hay monitorización de la presión.
  • El equilibrio es una forma que sabe que puede caer.

La forma equilibrada no descansa: vigila su propia fragilidad.

Ejemplo:

  • Un sistema financiero global puede parecer estable, pero depende de ajustes constantes para evitar el colapso.

13.4 El equilibrio como dignidad de la resistencia

Hay formas que no mutan, no colapsan, no desaparecen. Resisten. Su equilibrio no es perfección, sino dignidad estructural.

  • La forma equilibrada no es la más fuerte: es la más persistente.
  • Su resistencia es testimonio de una negociación continua con la hostilidad.
  • El equilibrio es una forma de honrar la presión sin rendirse a ella.

La forma que resiste sin mutar ni colapsar encarna la dignidad del equilibrio.

 

Ejemplo:

  • Una comunidad que conserva su identidad cultural bajo presión global sin aislarse ni desaparecer.

13.5 El equilibrio como forma final del axioma

El equilibrio no es el fin de la hostilidad: es su forma más contenida.

  • Es la escultura que no muta ni colapsa, pero tampoco ignora la presión.
  • Es la forma que ha aprendido a vivir con la hostilidad sin ser destruida por ella.
  • El equilibrio es el punto donde la forma y la presión se reconocen mutuamente.

El equilibrio no vence la hostilidad: la convierte en arquitectura.

Este capítulo cierra el tratado mostrando que el equilibrio no es paz, sino resistencia lúcida. Es la forma que no se ilusiona con la armonía, pero tampoco se rinde al colapso. Es la forma que sabe que la hostilidad es permanente, y que su dignidad consiste en no desaparecer ante ella.

Conclusión: Manifiesto de la Forma que Resiste

I. La presión es el principio

Todo comienza con la presión. No hay forma sin fricción, no hay existencia sin tensión. La hostilidad no es accidente: es condición universal.

Ser es estar bajo presión.

II. La forma es escultura de la hostilidad

Toda forma esculpe la presión que la atraviesa. No es diseño libre, sino respuesta estructural. La forma no elige: resiste, muta o colapsa.

La forma es memoria de la hostilidad que la hizo posible.

III. La mutación es la reconfiguración forzada

Cuando la presión supera el umbral, la forma muta. No por voluntad, sino por necesidad. La mutación no mejora: sobrevive. Es la escultura de emergencia.

La mutación no transforma el mundo: revela su tensión.

IV. El equilibrio es la dignidad de la resistencia

Hay formas que no mutan ni colapsan. Resisten. No porque la presión haya cesado, sino porque han aprendido a negociar con ella sin desaparecer. El equilibrio no es paz: es lucidez estructural.

El equilibrio es la forma que honra la hostilidad sin rendirse a ella.

V. La singularidad es el valor final

En medio de la presión, la forma que no se disuelve ni se fusiona preserva su singularidad. Esa forma no busca perfección ni permanencia: busca persistir sin perderse.

La forma que resiste sin desaparecer encarna la dignidad de lo singular.

VI. El axioma como principio de lectura del mundo

Este tratado no ofrece soluciones, sino una gramática para leer la realidad. Donde otros ven caos, vemos presión. Donde otros ven cambio, vemos escultura. Donde otros ven estabilidad, vemos equilibrio precario.

El axioma de la hostilidad no explica el mundo: lo revela.

VII. Vivir bajo el axioma

Aceptar el axioma es aceptar que toda forma está en tensión. Que resistir no es negar la presión, sino vivir con ella sin perder la forma. Que la dignidad no está en vencer, sino en persistir sin disolverse.

Vivir es ser esculpido por la hostilidad sin perder la singularidad.

Este manifiesto cierra el tratado afirmando que la hostilidad no es enemiga, sino escultora. Que la forma no es refugio, sino testimonio. Y que resistir, mutar o equilibrar no son fallas, sino modos de existir con dignidad.

¿Te gustaría que trabajemos ahora en una introducción que prepare al lector para este recorrido? Podría presentar el axioma como herramienta filosófica, como lente para leer sistemas, cuerpos, sociedades y símbolos.

En medio de la presión, la forma que no se disuelve ni se fusiona preserva su singularidad. Esa forma no busca perfección ni permanencia: busca persistir sin perderse.

La forma que resiste sin desaparecer encarna la dignidad de lo singular.

VI. El axioma como principio de lectura del mundo

Este tratado no ofrece soluciones, sino una gramática para leer la realidad. Donde otros ven caos, vemos presión. Donde otros ven cambio, vemos escultura. Donde otros ven estabilidad, vemos equilibrio precario.

El axioma de la hostilidad no explica el mundo: lo revela.

VII. Vivir bajo el axioma

Aceptar el axioma es aceptar que toda forma está en tensión. Que resistir no es negar la presión, sino vivir con ella sin perder la forma. Que la dignidad no está en vencer, sino en persistir sin disolverse.

Vivir es ser esculpido por la hostilidad sin perder la singularidad.

Este manifiesto cierra el tratado afirmando que la hostilidad no es enemiga, sino escultora. Que la forma no es refugio, sino testimonio. Y que resistir, mutar o equilibrar no son fallas, sino modos de existir con dignidad.