martes, julio 07, 2009

Mi destino

Hoy, al dirigirme a mi trabajo, a mitad de camino encontré a mi destino. Simplemente ocurrió que me encontré con él, no es que lo hubiese buscado, si no que, como la mayoría de los sucesos, solamente ocurrió de improviso. No se puede decir que yo sea una persona particularmente interesada en mi destino, no, solamente que me lo encontré o mejor dicho: nos encontramos. Venia él apurado, me pareció que llevaba prisa. Yo que voy por la vida sin apuro, me detuve y lo saludé.

Mi destino pareció reconocerme, me saludó entre frio y afectivo, en realidad, no pude determinar si se alegraba o no de verme. El se detuvo a conversar un rato conmigo y como yo no he tenido mucho interés en él, no me mostré muy interesado en su charla; así es que enfrentado a mi destino, con cierta resignación me dispuse a conversar con él. Este, a veces, me pareció muy amable. Quiero decir que a ratos, mi destino se mostraba abiertamente amistoso, y seductor, me pareció un encantador de serpientes, o, una sirena, que, según dicen, seduce y confunde a los marineros que las escuchan hasta el punto de perderlos irremisiblemente. Me habló de los planes que tenia para el futuro, de lo esplendoroso que esperaba que este fuera, elucubró sobre una infinidad de temas y en tono declamatorio me invitó a seguirlo.

Y mientras estábamos en coloquio, mi destino se comenzó a mostrar francamente autoritario y avasallador, y por momentos me pareció que no me invitaba a seguirlo, sino, que por el contrario: me ordenaba seguirlo, como un Aníbal de mano de hierro ordenaba a su tropa, o como Moisés se hizo seguir por los judíos. Este aire imperioso de mi destino me disgustó, y por un momento estuve tentado de pedirle que cambiara de actitud y fuese más condescendiente, pero, no fue necesario, ya que este, pareció adivinar mis pensamientos y cambió de estrategia y en un tono paternalista me habló de las bondades de seguir mi destino sin reclamar. Me dijo que el negar mi destino conduciría a mi espíritu a la desdicha, y acarrearía penas a mi alma, al vivir eternamente renegando de mí sino.

Escuché su perorata en silencio, pero, dentro de mí una franca antipatía por mi destino comenzó a nacer y a crecer hasta que se transformó en aversión y luego en cólera, hasta el punto que lo increpe fuertemente y le hice ver de mala forma mi disconformidad con el, ya que considero que este no ha sido todo lo benigno que yo hubiera deseado que mi destino fuera conmigo. Mas, de inmediato me arrepentí, y cambié de actitud, a fin de evitar su ira, temiendo que en el futuro, en un acto de revancha, él fuera aun más duro conmigo. Le explique, a modo excusa, que no me encontraba enojado con él, que agradecía su deferencia al haberme dado momentos de franca dicha y le dije que comprendía y perdonaba los momentos de dolor que había vivido. Pero, el pareció adivinar que lo decía solo para agradarlo.

Y así, como dos amigos que se encuentran y que conversan solo porque en el pasado se compartieron momentos felices, intercambiamos una palabras más y después ya no había nada que hablar entre nosotros. Como en esos momentos, siempre incómodos, en donde los parlantes enmudecen y no saben cómo retomar el hilo de la conversación, así, nos encontramos mi destino y yo. Luego me dijo que estaba apurado, y que como todos los días, tenía que hacer algo urgente. Me explicó que lamentaba el no disponer de más tiempo para la charla, pero, qué otro día podríamos juntarnos a hablar sin apuro. Eso a mí me pareció una excusa para alejarse, y una forma de demostrar el escaso interés de el por mí, por lo que no quise hacer comentario alguno y tampoco hice ningún esfuerzo por retenerlo; nos despedimos sin efusión y lo deje marchar. Luego, rápido como venia cuando lo encontré, se alejó. No me invitó a seguirlo, más bien me pareció que se marchaba disgustado. En fin, esta actitud no me apenó sino más bien me desagrado, miré como se alejaba y pensativo y preocupado me dije que había perdido la oportunidad de conocer más a fondo a mi destino, me dije que debí haber sido más educado y comedido con él; que debí haberle dicho lo mucho que apreciaba todas sus deferencias hacia mí, en vez de mostrarme indiferente ya que es muy probable que no nos volvamos a encontrar y que andemos siempre separados.

Preocupado y levemente entristecido, decidí seguir mi propio camino. Si otro día vuelvo a encontrarme con él, indudablemente seré más condescendiente; si no, si nunca volvemos a vernos, si ya no nos encontramos jamás ¿Tendrá eso importancia? Al fin y al cabo, siempre hemos sido unos desconocidos ¿Porqué ahora debemos fingir que nos apreciamos?