miércoles, noviembre 01, 2006

El fin del paraíso



Imagine usted que vive en el paraíso. Alguien se encarga de alimentarlo, por lo que usted nunca pasa hambre; no le falta el agua, por lo que nunca pasa sed; la temperatura es la ideal para que usted esté cómodo. Usted no vive solo. Está acompañado por miles de individuos iguales a usted e igualmente felices. Usted tiene un grupo de allegados, los más cercanos, con ellos usted hace su vida. Porque este paraíso es tan vasto que nunca conocerá en su vida a todos los demás.
En este paraíso, la luz se apaga y se enciende justo cuando usted siente hambre. El alimento es sabroso a su paladar y adecuado para sus necesidades energéticas y está siempre disponible y proviene de un maná que parece inagotable; solo tiene que caminar para encontrarlo y no caminar mucho, de este modo usted nunca se cansa. No sabe lo que es correr porque nunca tuvo que hacerlo. No sabe lo que es la sed, ya que el agua, al igual que el alimento están a la mano. Desde una fuente inagotable.
Pues bien, este paraíso existe, yo lo he visto, he visto a individuos felices, gordos y bien alimentados. Y he vistos el fin del paraíso. El cataclismo.
He visto como algunos son abruptamente sacados de este paraíso, arrancados de su hogar. Llevado lejos. He visto el miedo de algunos en los ojos. He visto el temblor de sus piernas. He mirado y visto su desesperación.
Pero, volvamos a nuestra ensoñación. Está usted viviendo feliz cuando una noche desde alguna parte le llega un rumor. Todos se desasosiegan, los dormidos se despiertan, de pronto todos corren. Son los demás que huyen. Lo pasan a llevar, lo atropellan, lo pisan. Usted no sabe lo que pasa, también corre: porque todos corren.
Usted asiste a este espectáculo con pavor. Ve con horror como sus vecinos son levantado y metidos en una jaulas. Todos gritan; el ruido es ensordecedor. De pronto, después de unos minutos (todo es muy rápido) el ruido cesa; todo esta quieto otra vez, como un sobreviviente después de la tormenta, usted mira desolado el panorama. Todos se han ido.
Su mundo ya no es el mismo, todos los que vivían con usted ahora ya no están. Usted está solo, ahora no hay alimento. El manantial de donde manaba el agua ahora esta muy alto, como si una mano misteriosa la hubiera levantado. La fuente de alimento ahora ya no está a su alcance. Alguien, no sabe quien, la ha movido. Por primera vez usted siente frío. Deambula de un lado para otro, logra ver a alguno de los suyos que al igual que usted camina atontado, mas allá ve alguno que agoniza. Más allá se tropieza con algún cadáver.
Luego, cuando ya han pasados las horas, después de de sentir esta tremenda desolación, después de vagar sin sentido, cuando la sed le atenaza y el hambre orada sus entrañas; cuando el frío cala sus huesos; cuando harto de deambular de un lado a otro, usted se rinde al cansancio y cierra los ojos. Sueña con su mundo destruido, con sus amigos que no están. Quiere sentir el calor de su hogar, beber de la fuente acostumbrada comer de su maná; entonces, siente un escalofrío y su cuerpo tiembla; ya no puede controlarse. Usted sabe que va a morir.
Como le decía, yo he visto este cataclismo. No es la guerra, no es un huracán o un terremoto, esto ocurre cada 47 días; cuando, como una tromba, llega por las noches la cuadrilla de pilladoras en un criadero de pollos.

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