lunes, enero 02, 2012

Un Adios


Su pelo negro dejó pasar la luz del farol que nos iluminaba, y pude ver su rostro demacrado y triste, sus ojos, humedecidos por la emoción, pugnaban por contener las lágrimas, me miró como queriendo hablarme desde el fondo de ellos y me pareció que esos ojos atribulados eran la entrada a su alma acongojada. Por un instante brevísimo atisbé en lo profundo de su mirar, pero, acobardado desvié la vista.

Hace rato que estamos discutiendo, y no sabemos cómo terminar esto sin salir dañados del conflicto, le estoy comunicando que me voy a ausentar por un tiempo, la verdad es que es así, pero, en el fondo le estoy diciendo adiós. Quiero despedirme, dándole al menos la esperanza de que volveré por ella. Pero, con la intuición que tienen las mujeres, ya ha adivinado mis intenciones. De algún modo, presiento que ella me quiere y está sufriendo por la situación, Y esa certeza me hace ser inclemente.

Luego, ya llorando ella me ruega que me quede, toma mi mano y me dice que me ama, me abraza y me besa, pero, yo siento en mi boca el sabor desagradable que deja el llanto. Y la aparto suavemente, ella nota mi rechazo y se siente vencida; tan grande es su dolor que temo se desmalle. Yo quiero dejarla e irme, pero, algo me mantiene pegado a ella y no me deja abandonarla. Un lapso largo estamos en silencio, luego ella, pálida y entristecida respira y contiene sus sollozos y me mira.

En estos meses de convivencia, adivino que lentamente, me he ido siendo imprescindible para ella, al punto de ser esencial, y ya soy parte de su vida y que sin mí tambalea. Sus sueños, tejidos con los hilos de mis promesas, se deshilachan con mi alejamiento, todo el andamiaje de ilusiones que se ha forjado, cae como si un viento atroz lo sacudiera y eso la tiene al borde del abismo.

¿Ya no volverás, verdad? -Me dice.

Quiero decirle que ya no volveré, sin embargo, le miento:

Sabes que te quiero- le digo.

Pero, ella que siempre me ha parecido tan diferente a mí por su pragmatismo me responde, con un dejo de ironía.

Nunca he estado segura de ello- y prosigue- yo si te quiero, me hubiera gustado que te quedaras, sabes que mis sueños son hacer mi vida junto a ti, juntos los dos, yo te hubiera cuidado, te esperaría cada tarde al llegar a casa, te hubiera dado hijos; porque yo no he buscado ninguna aventura contigo, y levantó la voz como si sintiera que hubiera cometido algún pecado: eso tú lo sabes y no pienses lo contrario. y de nuestra relación me queda algo tuyo, algo que durara más. Algo que es completamente tuyo y mío…algo nuestro. Algo que nos unirá de por vida… un lazo invisible…. Imborrable… Un profundo suspiro cortó el hilo de su discurso -de todos modos -y prosiguió- yo me quedo y tú te vas, pero, siempre estarás conmigo, yo te llevaré siempre, vivirás en mi y lo lamentable es que así será. y enmudeció.

Yo, no entendí lo que me dijo, porque miré a lo lejos en la solitaria calle en que nos encontrábamos. El frio del sur, y una leve neblina empapaban el ambiente de soledad, el farol tenue, la sombra de las casas, y los escasos automóviles que se desplazaban apurados echaron a volar mi imaginación y me distraje, y por un momento ya no estaba ahí. Habiame sumido en mis cavilaciones y conflictos, Hasta que ella, irritada con mi actitud protestó vehemente.
Volví a mirar su pálido rostro, y comprendí que sus lágrimas terminarían por quebrar mi voluntad, por un momento estuve tentado de tomar su cara entre mis manos y consolarla, mas, no lo hice.

Después, ya resuelto le dije un apurado adiós, y me fui. No miré atrás, su figura desamparada en la puerta de su casa, como una aparición entristecida, su pelo revuelto por el puelche, su actitud de infinito abandono aun aparece en mi memoria. En el camino, me sentí cada vez más pequeño y más culpable, acobardado, pugnando por no llorar, me sentí extrañamente abatido.

Más tarde, al pasar los años, y por esas cosas del destino, la volví a ver y casi no la reconocí, era otra mujer, más cansada, más madura, más adusta, amargada por una vida de sufrimientos y privaciones, pero no vencida; la miré y en su mirada no vi rencor; me miró como una reina mira a un plebeyo. En su mirada, antes suplicante había indiferencia, pero, no desprecio.

Y me acordé de su discurso postrero, y al fin comprendí lo que me quiso decir, y nunca, en estos años me había dicho ni tampoco lo intuí. Solo lo supe por qué nuestra hija quería conocer a su padre a los 15 años.

Cuando le reproché el hecho de no habermelo contado, me contestó:

Esa es mi revancha, yo no te tuve, pero tú no tienes a tu hija, y ya nunca será completamente tuya, solo serás su padre, pero, no te querrá, ese será tu castigo.

Y entonces, ahora que ya no soy el mismo de antes, ahora que ya no tengo la soberbia de la juventud sino que el paso de los años han ablandado mi espíritu sentí lastima por ella, y por la niña, por sus años de privaciones y luchas, por su soledad, por su cansancio. Ella, como siempre, adivino mi pensamiento y, henchida de orgullo me dijo:

Si, la crie sola, sin ti… no te necesitamos.

Yo, que ya no siento amor por ella, permanecí impasible, pero, por un momento, sentí rabia, por lo sucedido, enojado con ella y conmigo, luego pensé, siempre fiel a mi filosofía, que lo hecho, hecho está y que nada de lo que haga, piense o sienta puede cambiar el pasado.

Ella sólo guardó silencio y se marchó, la vi alejarse y ya no nos hemos vuelto a ver.

Una Noche de Miedo


El bus, atestado de gente. Se encontraba retrasado, yo impedido de subir miraba impotente las espaldas de las personas que colgaban de la pisadera. Era ese un día de septiembre cerca de fiestas patrias. Y como todos los viernes después de clases me dirigía de vuelta a casa. Venia yo de Temuco y me encontraba en el precario terminal de Victoria. Desde ahí debía viajar a casa la que se encontraba a unos 22 km.

El bus, el único que hacia el recorrido victoria-San Gregorio y pasaba frente a mi casa, repleto, comenzó a hacer abandono del terminal y yo, resignado miraba como se alejaba. Tenía yo que irme o quedarme en el terminal y sin alternativa opte por hacer el camino a pie. Era ya cerca de las 6 de la tarde. El día era unos de los primeros de la primavera por lo que había sido soleado, pero frio. Afortunadamente, no llovía.

En una hora de marcha ya estaba tomando el camino que va desde Inspector Fernández hasta San Gregorio. Es este un camino de piedra. Y en uno de sus costados tenia una pista para carretas, aun la tiene; aunque se encuentra cubierta de vegetación. Ya se estaba oscureciendo.

Después de dejar atrás las casas de la estación de Inspector Fernández y sabiendo que me restaban 16 km. Apuré el paso rogando a Dios que pasase algún vehículo que me llevase, y así evitarme la larga caminata.

De pronto, en una de las estacas del cerco que encierra la calle, unos 30 metros más adelante, escuché el canto de una Becacina. Al principio no le di importancia, cuando llegue cerca del pájaro, este voló y se posó unos metros mas adelante y volvió a emitir su monótono.---po-ro-to-po-ro-to- . De nuevo, al acercarme, volvió a alejarse y a posarse a la misma distancia. Y así, por unos 2 Km. La noche se hizo oscura y mientras esperaba que apareciera la luna seguí mi camino en compañía del pájaro.

En la soledad de la noche, la oscuridad deforma las siluetas de los arboles, las rocas y todo lo que se pude ver, las que van tomando distintas formas: las que la imaginación sugiera. Y así, me fui imaginando cosas. Y las largas noches escuchando cuentos de mi abuelo comenzaron a despertar mi imaginación. A sugerirme formas pavorosa. Unos kilómetros más adelante, quizás producto de la monotonía del grito del pájaro que se negaba a abandonarme o de mi propia fantasía. Comenzó a darme miedo. Confieso que no soy muy valiente, pero, estaba acostumbrado a caminar en la oscuridad del campo. Mas, al mismo tiempo, las escalofriantes historias escuchadas en las largas tertulias alrededor del fogón habían permeado mi espíritu y azuzado mi imaginación, por lo que mi ánimo comenzó a decaer.

Por eso, al llegar al Monte de Los Tiuques, un bosque que se encuentra a unos 10 Km de distancia de mi casa, ya el miedo se había apoderado de mí. El maldito pájaro parecía reírse. El sonido de su grito me calaba el ánimo. Me entristecía. Y las sombras de los arbusto movidos por la briza de la noche se me atojaban figuras horrendas. Un poco descontrolado y sabiendo que debía pasar por el medio del bosque, del cual se contaban siniestras historias. Me detuve y me debatí en la indecisión de cruzarlo o volver. El pájaro cantó y su canto me pareció una carcajada siniestra.

Estaba en eso cuando veo las luces de un vehículo. Mi corazón se aceleró con la esperanza de que fuera alguien conocido y me llevase. Luego llego a mí el sonido del motor y pronto el vehículo estuvo a mi lado. Le hice señas para que me llevara y para mi suerte, el móvil se detuvo y una voz me invitó a subir.
Una vez en el vehículo, y ya alejado del aciago pájaro, agradecido de que me liberara de tan molesto acompañante le conté mi historia al conductor. El conductor pareció sonreír, adujo que mis temores se debían a mi imaginación, cosa que encontré razonable. Luego dijo que existían terrores mayores. Yo no le entendí y guarde silencio.

En la noche, el auto se deslizaba silencioso. Los arboles desfilaban en la ventanilla, los hoyos del camino se oponían a su avance. En el interior, la penumbra me impedía ver el rostro del chofer. La voz profunda del hombre que conducía me causó cierta inquietud.
Después, transcurridos unos minutos recorrimos varios kilómetros hasta que llegamos a una bifurcación del camino.

Aquí lo dejo mi amigo-- me dijo.

A menos de un kilometro de mi casa. Le di las gracias. Me bajé. Camine unos metros. Escuche el acelerar del motor y me volví a mirar.

Por extraño que parezca, ya no estaba el automóvil. Mire por el camino donde debiera estar y no vi nada, ni sus luces, ningún ruido, solo el murmullo de los arboles mecidos por la briza.

Asombrado, sin entender lo que paso, envuelto en la oscuridad, un escalofrío recorrió mi espalda, subió por mi cuello y me erizo los pelos, apuré el paso y despavorido corrí hacia mi casa.